Bocadillo de colillas
Julián, el conserje del instituto donde da clases el protagonista de la novela de Benjamín Prado Mala gente que camina, padece una extraña enfermedad llamada síndrome alimentario nocturno. Se levanta dos o tres veces por la noche, sonámbulo, para saquear la nevera. La cosa es seria, ya que los pacientes que sufren este mal no son conscientes de lo que hacen. Por ello, pueden comerse un bocadillo de colillas aderezado con toda su ceniza o tragarse una botella de lejía como el que se toma un zumo de melocotón. A los que sufren la enfermedad de Julián se les denomina también comedores nocturnos. Durante el día apenas tienen apetito y se pasan las noches en vela buscando comida.
Desde que el gurú del PP, Pedro Arriola, le pidiera a Mariano Rajoy que no hiciera nada y se metiera en la cama hasta las próximas elecciones generales de 2012, el líder del PP padece el síndrome de la política nocturna, una extraña enfermedad que le impide hablar durante el día, pero que le obliga a tragarse muchos sapos por la noche. En sus actos matutinos se comporta como un sonámbulo. Da igual lo que ocurra, él se dedica a criticar la labor del Gobierno de Zapatero sin ofrecer ni una sola propuesta ni una única idea. Por la noche, sin embargo, se despierta y mezcla las cosas más variopintas: las imputaciones de la trama Gürtel con las medidas del Gobierno de Cameron; la visita del Papa con la X del GAL; la euforia por las encuestas electorales con el temor a un Tea Party español. Él lo va mezclando, y sus asesores lo envían cada mañana a los móviles de los dirigentes del PP para que todos digan lo mismo cuando se levantan de la cama.
Desde que Zapatero se derechizó ocurre lo mismo con él, pero al revés. Padece el mal de la glotonería en su gestión y la enfermedad de la bulimia en las encuestas. El presidente del Gobierno se levanta por la mañana y es capaz de mezclar las políticas conservadoras que están realizando todos los presidentes de derechas en Europa con el intento de recuperar el diálogo con los sindicatos; de compaginar su minipresencia en la visita del Papa con la decisión de meter en el cajón la Ley de Libertad Religiosa; o de alternar la presencia de Leire Pajín en su Gobierno con la salida de Leire Pajín de su partido. Y todo esto pasando por la polémica de los apellidos o el silencio ante Marruecos. En definitiva, se trata de poner en marcha un mejunje ideológico donde las ideas se adaptan a la crisis económica, las propuestas se acomodan a las necesidades presupuestarias y las iniciativas se congelan o se rebajan. Ya entrada la noche, Zapatero duerme como Calderón, creyendo que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.
A Rajoy es fácil seguirle. Los dirigentes del PP solo tienen que mantener su estrategia: leña al mono que es de goma, aguantar el chaparrón por el aluvión de causas judiciales y dar la callada como respuesta en temas económicos. De lo demás, se encarga la crisis. Más difícil lo tienen los dirigentes del PSOE para seguir la dualidad vital de Zapatero. En Andalucía, por ejemplo, no terminan de cogerle el paso. Los tiene a todos desorientados. Unas veces los mima, otras veces los ningunea. En ocasiones les seduce sus cambios, o en otras les complica la vida sus decisiones.
El PSOE en Andalucía ha decidido dejar este sonambulismo y salir a la calle con Griñán como protagonista. Mientras uno duerme y otro sueña, el líder socialista andaluz ha decidido echarse a la espalda las elecciones municipales. A los barones socialistas les ocurre lo que a los comedores nocturnos, que llevan meses pasando las noches en vela. Barrera, Montilla o Griñán se mueven entre los datos del paro en la comunidad y las cifras de desempleo que provocaría en su partido la pérdida de la hegemonía electoral. La cosa está que arde. Más que comerse un bocadillo de colillas. De colillas, aún encendidas.
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