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Columna
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La década miserable

Este asunto de hacer un balance, una contabilidad de lo que ha sucedido en los últimos diez años, ahora que acaba una década, me parece algo excesivo. Se puede aceptar el acto de contrición de final de año, por aquello del espíritu cristiano de nuestra cultura. Está justificado reflexionar un momento al final de un milenio o repasar la historia del último siglo. Pero hacer lo mismo con los últimos diez años es medir el tiempo a la americana, donde una década es la mayoría de edad y doscientos años son toda la existencia. Entre nosotros, hasta hace poco tiempo, incluso los tangos sabían que veinte años son nada y diez menos que nada.

Puestos a contar con los dedos de la mano, me quedo con el último, con el pícaro gordo que es el que se lo come todo. Y lo último, que justifica todo lo anterior, es por ejemplo la publicación de unas memorias de Bush, el político que cogía los libros al revés al igual que la guerra, que no la quería pero la hizo, defensor de la democracia pero ahogando a los ciudadanos con la tortura del agua. Tampoco es mal final el truco de las fotos informativas. Comenzamos con aquel cormorán embadurnado de petróleo en el Golfo Pérsico, que al final era de otro sitio y nunca había hecho turismo por esas aguas. Ahora engañan a la prensa con niños palestinos transformados en saharauis, que no es lo mismo pero es igual, sigue siendo una salvajada en el final de década. La última foto engañosa, en mi opinión, es la de Cameron y Zapatero corriendo en Seúl, políticos en estampida debería titularse, pero faltan en ella todos los ciudadanos británicos y españoles en justa persecución. En estos últimos diez años hemos conseguido que una imagen ya no valga mil palabras sino mil mentiras.

Por estas tierras la década no ha dado mucho más de lo que ya había. Los valencianos estamos desarrollando la vieja vocación del antiguo Egipto, la petrificación, es decir, continuar igual durante los próximos cinco mil años, abarrotar el espacio con parques temáticos en honor de los faraones, adorar al sol mediterráneo del turismo y permitir el creciente poder de los sacerdotes de Amón. Nada nuevo. Salvo que se considere novedoso un plan de estudios universitarios que fomenta la mediocridad de los que se ilusionan con programaciones, cuadros sinópticos, evaluaciones, calendarios y otras mandangas, cualquier cosa menos enseñar, y de los que habrá que ocuparse con más calma y en otro momento. Pero eso no es nuevo, nos viene pasando una y otra vez desde hace varias décadas.

De verdad, una década no es casi nada. Llegaremos al 2100 o al 2200 acusándonos unos a otros de falsas corrupciones, presuntamente falsas, por supuesto, pero todos con el miedo en el cuerpo de que salgan a la luz las verdaderas, es decir, haber hecho todo lo imaginable para alcanzar una situación social tan miserable como la actual.

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