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Columna
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¿Quién pegó al gay?

El lunes por la noche, o al atardecer, qué más da, dos jóvenes fueron asaltados por cuatro menores que, puñetazos de por medio, acabaron navajeándoles y mandando a uno de ellos al hospital, donde aún reposa, en estado grave, en la unidad de reanimación. A priori, un conflicto más de la violencia que nos rodea. Otro caso de cobardía (cuatro contra dos) por el afán de aflorar su mala hostia, como las feromonas de un violador. Ahí quedó la noticia inicial. Cuatro golpean a dos en una noche de otoño y alguno navajea a otro porque no ha encontrado nada peor que hacer. Y tira escaleras abajo con su deber cumplido, seguramente a contárselo a un amigo, como antiguamente las almas inocentes contaban sus ligues a la tropa para defender su gallardía.

El problema es que, una vez detenidos (son tan tontos, tan habituales, tan conocidos, tan ingenuos, tan gilipollas que los pillan en un pispás), resulta que el asunto no tiene que ver con el robo del móvil que les gustaba, con los cuatro euros que las inofensivas víctimas llevaban en el bolsillo o con la novia que rechazó a los agresores en favor de las víctimas. No. Resulta que el ataque de los cuatro menores (al amparo, seguramente, de su minoría de edad, cuestión a revisar) se debió única y exclusivamente a la homofobia, porque las víctimas eran dos chicos homosexuales a los que agredieron por serlo. No es la primera vez ni será, desgraciadamente, la última que alguien mata un rato golpeando homosexuales o lesbianas o transexuales o travestis. Nada nuevo bajo el sol ni bajo la lluvia.

El día antes, en este periódico, Mariano Rajoy había anunciado que suprimiría los matrimonios homosexuales si llega al Gobierno. Y unas semanas antes, el alcalde de Valladolid había hecho alarde del espíritu de Torrente, tan acendrado aún en este país, al pensar en los labios de Leire Pajín. Para Rajoy ese episodio estaba zanjado con las disculpas del alcalde, demostrando que le importaba una higa el pensamiento del alcalde de Valladolid. Todo vale para el convento, y llevaba una monja al hombro... decía el refrán.

Al día siguiente, Silvio Berlusconi defendía su derecho a gozar con una menor porque es mucho mejor que ser gay. Berslusconi es primer ministro de Italia elegido por la mayoría de los italianos. Durante la semana, las organizaciones internacionales intentan evitar la lapidación de Sakineh, una mujer iraní condenada por adulterio (al hombre que se acostó con ella, si así fue, seguramente le habrán dado un cargo público por machote).

Demasiadas coincidencias emocionales como para que alguien, curas, políticos de derecha, de ultraderecha, americanos, españoles, votantes italianos dedicaran diez minutos a pensar qué tienen ellos que ver con la agresión de cuatro menores a dos chicos homosexuales. ¿De verdad no hicieron nada para que se produjera o para que no se produjera?

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