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Columna
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Cositas

David Trueba

Me gustó leer en la crítica de cine del viernes a Carlos Boyero contar el desfase entre sus impresiones sobre la película de Abbas Kiarostami, Copia certificada, al verla en el Festival de Cannes y ahora, seis meses después. Si entonces le fascinó, interesó y atrapó, la revisión tiempo después le provoca insufrible aburrimiento y sensación de falsedad. Y termina así su honesto relato: "Imagino que en las valoraciones de algunas películas influye el escenario, los estados de ánimo, esas cositas".

Nada más necesario que reconocer que las películas son distintas en cada visión. Los festivales de cine, los premios, las modas imponen unas jerarquías a las que cualquier obra de comunicación se somete de manera irracional, porque no fueron creadas para competir, para compararse, para adecuarse a un modelo de estética compartido. La televisión ofrece al cine una segunda vida, una revisión a veces precipitada o inconexa, pero siempre enriquecedora por descontextualizada. A estas alturas, conocedores de los vaivenes del gusto, tendríamos que ser capaces de juzgar las piezas a las que nos enfrentamos con la humildad de que será el tiempo quien las coloque en su lugar y no nosotros con un juicio inmediato y contundente.

En sus siempre inteligentes anotaciones, Ramón Gaya dejó escrito que los críticos no deben tanto tener seguridad en lo que dicen como confianza. "Cuando el crítico se equivoca no daña a nadie, sí en cambio puede dañar a todos cuando duda, oscila o teme". Estas palabras no son un mensaje para los críticos, que a estas alturas de oficio no podrán variar mucho su actitud ni estilo. Pero sí para los lectores de críticas, que a veces confunden el designio ajeno como remedio milagroso para sus inseguridades de criterio.

Fui a ver la película de Kiarostami, repremiada en Valladolid tras Cannes. Disfruté con sus dos personajes que se tientan y seducen en un largo paseo más Linklater que Rossellini. Viven una edad en la que las frustraciones, las ocasiones perdidas y el desencanto no son un incierto futuro, sino el paisaje cotidiano al despertar. Es una película juguetona y ambivalente sobre la soledad, el deseo y la aceptación. Donde nada es lo que parece, salvo el atardecer. Hace ya tiempo Kiarostami sabiamente sentenció que el viento nos llevará.

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