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Columna
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Llanto

Carlos Boyero

Sé que el dolor, la anticipada e hiriente añoranza, el sentimiento de pérdida, el recuerdo, la desolación pura y dura, te puede romper por dentro y por fuera, congelar tu gesto, extinguir tu voz, prescindir de tu conveniente apariencia, en el entierro de un ser amado. Y no tengo razones para dudar de la inmensa pena que debe embargar a la viuda de Nestor Kirchner ante su féretro. Pero no puedo evitar el pensamiento de que ese sufrimiento también puede convivir con una estratégica puesta en escena, con el anhelo de construir una imagen, observando el cabello perfectamente arreglado de la ilustre dama, el abundante maquillaje blanco al estilo de algunas reinas de Hollywood que inunda ese rostro tan abusivamente poblado de botox, las gafas negras que esconden las lagrimas. Algo de lo que ha prescindido el hijo de ambos, ataviado para ceremonia tan solemne con un ropaje al que sería inexacto calificarlo de estricta informalidad.

Observando el emocionado tributo y el admirativo coro de las virtudes del difunto que hacen los líderes revolucionarios de Latinoamérica, sigo haciéndome un lío sobre el significado del peronismo, sin saber si es una ideología de izquierdas o de derechas, aunque está claro que siempre ha perdido el sueño ante el desamparo de los débiles. Intento hacer memoria sobre cuál era la ideología de aquel presidente patilludo con inequívoca pinta de rufián llamado Ménem y elegido por la sagrada voluntad del lúcido pueblo, pero no logro saber si su pensamiento y su actitud eran deudores de Perón, o de sus propios intereses económicos, o de qué. Tampoco sé si los asesinos de la Junta Militar, tan amigos de la segunda viuda del prócer, eran peronistas o nazis. Que Kirchner reabriera el proceso a esos gusanos no es forzosamente un gesto revolucionario. Es lo que haría cualquier persona con sentido común y un mínimo respeto hacia la justicia.

En esa apoteosis de la intensidad emocional y del fervor colectivo que empapa el entierro de Kirchner, no podía faltar la presencia de Maradona, tan emblemático de las esencias de la raza. Y Maradona, cómo no, llora en público. Maradona llora cuando gana y pierde, se autocompadece o redime, le condecoran o abuchean, con su familia y con Fidel Castro. Que facilidad la de los dioses para ese rasgo tan humano y liberador.

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