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Columna
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El velo rasgado

Intentar comprender el mundo. Nada menos. ¿Qué será eso? ¿Cómo se hará? Al intentar explicarlo solemos recurrir a metáforas que tienen que ver con la visión: ver con claridad, iluminar, alumbrar, vislumbrar, aclarar, buscar la lucidez, la clarividencia, la transparencia, la luz. O desvelar, es decir, quitar el velo. Salir de la oscuridad, de la ignorancia, de las tinieblas, de lo borroso y confuso. Como si todos estuviéramos aquejados de diversos grados de miopía, hipermetropía, astigmatismo, daltonismo, vista cansada o cataratas. Y el esforzado, continuado y apasionado esfuerzo por comprender el mundo fuera una progresiva conquista de la vista esclarecida.

Son metáforas que tienen miles de años de historia, metáforas tan imbricadas en el habla cotidiana que difícilmente podríamos expresarnos sin ellas. A veces, sin embargo, un pensador es capaz de darles un nuevo brío, de lustrarlas y abrillantarlas. Lo pensé el otro día al oír el discurso de Zygmunt Bauman cuando recibió, junto con Alain Touraine, el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Y es que fue entrañable ver a los dos viejitos, con sus sabios ochenta y cinco años a cuestas, entre tanto futbolista joven y triunfador.

Bauman habló de los velos que tapan nuestros ojos, esos "velos hechos con remiendos de mitos, máscaras, estereotipos, prejuicios e interpretaciones previas; velos que ocultan el mundo que habitamos y que intentamos comprender". Y se refirió con admiración a Don Quijote, quien intentó rasgar esos velos y fue derrotado. Su fracaso nos enseña, como apunta Kundera, que "la única cosa que nos queda frente a esa ineludible derrota que se llama vida es intentar comprenderla".

No se trata de una tarea fácil ni cómoda. Porque ¿qué significa hacer pedazos el velo, comprender la vida? "Nosotros, humanos, preferiríamos habitar un mundo ordenado, limpio y transparente donde el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la verdad y la mentira estén nítidamente separados entre sí y donde jamás se entremezclan, para poder estar seguros de cómo son las cosas, hacia dónde ir y cómo proceder. Soñamos con un mundo donde las valoraciones puedan hacerse y las decisiones puedan tomarse sin la ardua tarea de intentar comprender. De este sueño nuestro nacen las ideologías, esos densos velos que hacen que miremos sin llegar a ver. Es a esta inclinación incapacitadora nuestra a la que Étienne de la Boètie denominó servidumbre voluntaria".

En otras palabras, operarnos voluntariamente de nuestras cataratas, librarnos de nuestros anteojos prejuiciosos, es acceder a una intemperie ingrata, a un mundo donde "la única certeza es la certeza de la incertidumbre" y la "irremediable escasez de verdades absolutas". Y, sin embargo, esa lucidez al principio deslumbrante o incómoda es la que nos permite ver el mundo en todo su vivísimo colorido, en toda su miseria, en todo su esplendor.

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