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Columna
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Octubre negro

Con grandes magnates convertidos en los mayores estafadores del siglo, jueces que usan su cargo para saldar cuentas personales, políticos que mienten y Gobiernos que desvían fondos destinados a proyectos de cooperación hacia sus propios negocios, vivimos una época de esplendor de la novela negra. El sistema entero parece presa de una pandemia de corrupción de proporciones nunca vistas que los lectores pueden seguir diariamente en los periódicos como un thriller. En tales circunstancias el género policíaco se ha convertido en nuestro libro de caballerías más cercano. Tal vez por eso los Premis Octubre han decidido convocar la semana que viene en Valencia un encuentro de novela negra al más alto nivel.

Si se piensa, la épica del género no se aleja tanto de Amadís de Gaula, Don Quijote, o Tirant Lo Blanch. Personajes que se echan sobre los hombros la misión de deshacer entuertos, luchar contra molinos de viento y enfrentarse a los malos. Su poética, sin embargo, se aproxima cada vez más al lugar oscuro e individual de donde venimos los lectores de hoy. En los últimos años el noir ha ido perdiendo el genuino sabor americano de sus orígenes, ya saben, los billares, el boxeo, los moteles de carretera, y ha derivado hacia las ciudades blancas del norte con su aurora boreal, las calles nevadas, su soledad informática y los decorados de Ikea. La trilogía Millennium es solo la punta del iceberg. El digno regreso de un género tras El largo adiós de Raymond Chandler.

Cuando a Stieg Larsson le caían chuzos de punta por parte de la crítica intelectual más estirada y academicista, nuestro reciente Premio Nobel dio su veredicto: "Lisbeth Salander debe vivir". Mario Vargas Llosa rompió entonces una lanza a favor de la hacker más valiente del siglo.

Ante el fracaso de las instituciones, les toca ahora a las chicas asumir el reto que antes desempeñaban tipos tan duros como Philipe Marlowe o Sam Spade. El repertorio va desde la inolvidable punky sueca hasta la detective de homicidios Cassie Maddox, una irlandesa que no se parece en nada a Lisbeth Salander, normalita, de ojos castaños, con una moto vespa del 81 de color crema, pero que en la sala de interrogatorios se convierte en un crack. La parte mala es su tendencia a dejarse atraer por tipos bastante capullos. Nadie es perfecto. Si les interesa no se pierdan El silencio del bosque, de Tana French.

Como todas las grandes historias de justicieros que pueblan la literatura, la nueva ola negra nos reconforta secretamente. Tal vez no todo esté perdido en este mundo que nos tocó en desgracia. Acaso queden todavía heroínas con vaqueros y ojos soñadores que permanecen en guardia oteando el horizonte desde la librería de la esquina.

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