Charlatanes y Fiesta Nacional
En el último Pleno del Parlamento de Galicia, una vez más, el Grupo Parlamentario Popular, con Feijóo a la cabeza, volvió a rechazar una propuesta socialista destinada a dignificar a los represaliados por la dictadura franquista. Llegados a este punto, resulta evidente que no hay posibilidad alguna de que la derecha española rompa histórica y formalmente con la dictadura que padecimos durante 40 años y contribuya a resarcir a las víctimas de aquel oneroso Régimen. Sin embargo, todo ello no impide que Feijóo -y la mayoría de los líderes populares- invoque, de forma tan retórica como frecuente, la Constitución Española, e incluso se atrevan a utilizarla como arma arrojadiza contra sus adversarios políticos. Pero Feijóo sabe perfectamente - o debería saber - que la vigente Constitución representa una enmienda a la totalidad al Antiguo Régimen, y simboliza una ruptura radical con él. Y Feijóo sabe también que la derecha francesa, con la excepción del ultra Le Pen, ha condenado históricamente al Gobierno colaboracionista de Vichy, y que la derecha alemana asumió el concepto de "patriotismo constitucional" propuesto por Habermas, con el fin de dotar a su país de una nueva identidad democrática antitética del "patriotismo nazi" cuyas trágicas consecuencias para Alemania y la humanidad son bien conocidas. Si, pese a todo ello, el presidente de la Xunta utilizando falaces argumentos mantiene su negativa a condenar taxativamente la dictadura y a honrar a sus víctimas tal como propone el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa, es porque se trata de un mentiroso o de un charlatán, según clasifica este tipo de personajes Fernando Savater en su libro La vida eterna (Ariel. 2007).
El PP no comprende que el patriotismo legítimo es incompatible con el excluyente de la dictadura
Y es precisamente esta posición de la derecha española la que hay que relacionar con la llamada Fiesta Nacional que se celebra el 12 de octubre. Tal como está concebida hoy la efeméride no responde ni a la identidad nacional ni representa a la mayoría de los españoles. La fecha elegida -nada menos que el día de la raza en el antiguo régimen- no es precisamente la más adecuada, sus contenidos son confusos, la iconografía es inadecuada y los mensajes emitidos cuando menos discutibles. Ese día en el que tanto se habla de Patria común e indivisible de los españoles debería servir para clarificar un concepto -el de Patria- que ni es inequívoco ni, por supuesto, inmutable. Los romanos llamaban Patria al Estado o sociedad a la que pertenecían y cuyas leyes les aseguraban la libertad. Los líderes de la Revolución Francesa denominaban patriotas a los revolucionarios en contraposición a los aristócratas del Antiguo Régimen, y Jürgen Habermas, como indiqué más arriba, acuñó el concepto de patriotismo constitucional en oposición al régimen nazi. Ese mismo concepto está presente en nuestra tradición liberal y democrática, que desde las Cortes de Cádiz identificó siempre Patria con libertad y Constitución. "Los españoles no tienen Constitución y, por consiguiente, no tienen patria", proclamaba Flores Estrada al convocarse las Cortes de Cádiz. "Españoles, ya tenéis Patria", afirmaba de forma no menos contundente Argüelles al presentar la Constitución de 1812.
Así pues, si nos atenemos a la mejor tradición histórica, tanto propia como la ajena y excluimos el breve paréntesis de la Segunda República, bien podemos afirmar que España se constituye como nación democrática, es decir como patria común de los españoles, el 6 de diciembre de 1978, día en que se proclama la Constitución que garantiza la libertad de todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Ahora bien, es preciso recalcar que el legítimo patriotismo que deriva de este hecho trascendental es incompatible con aquel otro "patriotismo", el de la vieja tradición del nacionalcatolicismo, excluyente y liberticida. Y eso es precisamente lo que no parece comprender el Partido Popular, y lo que no queda claro en los actos que cada año se celebran en Madrid el 12 de octubre.
La Fiesta Nacional, en todo caso, debería celebrarse el 6 de diciembre, día de la Constitución que une a la mayoría de los españoles, y, desde luego, no puede limitarse a un ritual desfile castrense -los militares ni monopolizan el patriotismo ni son su quintaesencia-, y debería lograrse, como ocurre en Francia o Estados Unidos, el protagonismo popular en todo el país. De lo contrario, la confusión persistirá, la indiferencia de los ciudadanos irá en aumento y los actos acabarán por reducirse a una concentración de ultras nostálgicos del antiguo régimen. En ese camino estamos.
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