Presumiendo de inocencia
La moda entre ciertos políticos y ciertos empresarios, además de un montón de animosos emprendedores imputados en sumarios judiciales es acogerse a la presunción de inocencia, pero no a esa inocencia infantil a la que todo se le perdona en nombre de su presunta inconsciencia, sino más bien a esa otra, un poco más adulta, según la cual serían inocentes de las tropelías que les acechan y en las que aparecen pringados hasta las cejas pero de las que serían, y ya se demostrará en su día si consiguen movilizar todas sus influencias, absolutamente inocentes. Y todo en un asunto, es decir, en varios asuntos que claman al cielo protagonizados por personajes de comunión diaria, bien en beneficio propio, bien del partido al que ofrecen sus servicios, bien para ayudar a los amigos a llevar una buena vida, bien por hábito congénito o adquirido en el desarrollo de sus servicios a la patria, chica o grande.
Se dirá que la corrupción es inseparable de la democracia, pero también todo lo contrario, que la democracia es inseparable de la corrupción. Y se añadirá que los cargos públicos deben de estar exentos de esa clase de tentaciones, pero si resulta que no lo están lo que ocurre es que disponen de todos los números y todas las oportunidades para ejercer como si, en efecto, no lo estuvieran. Y así cunde la sospecha entre los pobres ciudadanos de a pie de que el político y asimilados que no trata de forrarse en el ejercicio de sus funciones es porque está tejiendo la tela de araña de sus relaciones futuras para forrarse en cuanto deje el cargo. Porque, de lo contrario, es que no se entiende cómo un cenizo semianalfabeto funcional como José María Aznar se encuentra ahora ejerciendo de asesor o cosa parecida de grandes corporaciones, por poner solo un ejemplo no más sangrante que otros.
El resultado de todo ello es que el ciudadano común vota sin saber muy bien por qué y a sabiendas de que va a ser engañado, o estafado, si lo prefieren, en relación con las promesas electorales del partido al que concede su confianza individual. Y que de esos votos de apariencia democrática, una vez sumados y contrastados, saldrá una pléyade de políticos acompañada de sus poderosos amigos que tomará el poder ejecutivo y que hará con él lo que le venga en gana. La alternancia en el poder viene a ser pura filfa, ya que si el candidato elegido no se comporta como se esperaba de él, ocurre que dispone de cuatro años para seguir desatendiéndonos, y el recambio consiguiente volverá a desatendernos hasta que de nuevo haya otro recambio que volverá a las andadas. La solución sería propiciar un sistema de listas abiertas de candidatos a gestionar aspectos muy importantes de nuestras vidas. Lo malo es que entonces tendrían que retratarse uno a uno. Y no parece que estén por tan ingrata labor.
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