Canallas
El tanguero amargado confesaba su infamia: por una hermosura le quitó el pan a la vieja, se hizo ruin y pecador. En justicia, la sanción moral a aplicar a quien choriza al débil supera a la que recibe el que roba al ladrón, pues otorgamos cien años de perdón. Literatura y cine han brindado al santoral popular héroes que no son más que simpáticos granujas. Y nos gustan porque, aunque no repartan el saqueo con los pobres, se lo han incautado a los ricachones (hacen lo que debería hacer la Agencia Tributaria) y en este caso el enemigo de nuestro explotador es nuestro amigo.
Pero existe otra especie de canalla, una versión más sofisticada del que arranca el bocadillo al escolar o da un tirón a la frágil ancianita que se quiebra en la caída. La peor variedad de villano de altos vuelos tiene despacho y coche oficial y también se aprovecha de las necesidades ajenas. Cómo olvidar a aquel bribón con mando en plaza que pagaba las orgías con los fondos de los huérfanos de la Guardia Civil... Otros han levantado mansiones distrayendo parte de las raciones destinadas a hospitales o cuarteles, o trapicheando con el alquiler de un avión indecente para transportar las tropas. Las consecuencias, más de una vez, han sido dramáticas. Como cuando se birlan cargamentos enteros de alimentos en el África desnutrida, o se falsifican unos antibióticos que acaban matando... Grandes bellacos medran a costa de las gentes inermes y enfermas, de las crédulas e inocentes, y practican la alquimia depredadora de convertir el grano en gambas, las vendas en champán.
No muy lejos en el tiempo está la condena a uno que siendo alcalde de Orihuela guardó en su caja el dinero de las monjitas. Y de vez en cuando alguien denuncia a este párroco o a aquel obispo porque lo que había sido una herencia para la caridad o el culto ha terminado convirtiéndose en objeto de especulación y negocio. Millones de ganancias parecen haber saqueado también los Gürtel organizando homenajes a las víctimas del 11-M y la que se supone fue la visita de un líder espiritual. Y aunque no haya aquí abuelitas empujadas al asfalto estremece calcular lo que se habría podido hacer con esos fondos que dilapidó la tele-Camps de haberse empleado en enseñanza, dependientes o políticas de creación de empleo.
Finalmente (por ahora) otro ejemplo de lo que podría ser una infame bellaquería, la que ha desviado a otros fines menos confesables la mayor parte de los millones destinados a la cooperación con ese país machacado y desesperanzado que es Nicaragua. Aquí también sería interesante saber cuántos frijolitos, pozos, talleres, escuelas y centros de salud han desaparecido por los sumideros, arrastrando la poca fe que nos quedara en el ser humano.
Si realmente se cometió la vileza, urge conocer los nombres y apellidos de los habitantes de las cloacas: quiénes la idearon, quiénes la ejecutaron, quiénes la toleraron y quiénes, conociéndola, no la denunciaron.
Hola, mamita democracia... ¿Hay alguien ahí?
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