"Lo he ganado todo, aunque suene chulo decirlo"

Las mismas manos huesudas y curtidas que llevaron a España a la conquista del bronce en el pasado Mundial femenino de la República Checa, son las que hablan ahora, enérgicas y expresivas, de la repercusión de aquella gesta y de su vida y milagros.

Amaya Valdemoro Madariaga (Alcobendas, Madrid, 1976) es la mejor jugadora de la historia del baloncesto español y vive instalada en un presente tan abrumador como nostálgico. "No he tenido tiempo para deshacer la maleta hasta hace tres días. Desde que volvimos del Mundial no me han dejado parar". En su relato prima la autocrítica y el afán de perfeccionismo, pero su mirada de niña traviesa se torna melancólica cuando repasa una carrera repleta de éxitos que intuye que llega a su fin. "La concentración se me ha hecho durísima. Creo que me estoy haciendo mayor. Cuando veo lo bien que lo pasan las jóvenes me pongo a pensar que yo era igual hace años. Es que llevo 20 años jugando, que se dice pronto".

La baloncestista lideró a España hasta el bronce mundial

Elige con espontaneidad el restaurante. "Hazme caso, aquí se come fenomenal de pinchos y de carta. Además, me cuidan mucho. Me suelo pedir una ensalada enorme, pero me apetece pescadito". Su teléfono suena menos ahora que hace una semana, pero lo asume con normalidad. "Hay que ir dando pasitos, porque de un día para otro no podemos pedir más de lo que generamos. No somos ni cristianos ni messis", dice ella, "alta y de piernas largas", enamorada del atletismo, el deporte que elige "sin duda" para ver por televisión, antes que el baloncesto: "Es superación, estás solo contigo". Valdemoro ha jugado en Brasil, en Estados Unidos, en Rusia y en España y tiene un palmarés infinito con tres anillos de la WNBA, ocho Ligas, ocho Copas, cuatro medallas en europeos y el reciente bronce en el Mundial entre otras conquistas, pero aun así sigue encontrando motivaciones. "Lo he ganado todo, aunque igual suene chulo decirlo. Pero soy una tía muy ambiciosa". El pasado domingo debutó con el Rivas Ecópolis, lo que le ha dado la posibilidad de regresar a su casa, de estar cerca de otra Amaya, una que viene, su sobrina, que nacerá por cesárea la próxima semana; de "echar raíces" y de aplazar la retirada. "Cuando esto se acaba hay que empezar una vida nueva de cero y hay mucho, pero mucho miedo. Cualquier deportista te dirá lo mismo, y si no, miente".

La capitana de España agrandó su leyenda en cuartos y ante Francia cuando forzó la prórroga. "No he visto el vídeo y no sé si lo veré. Fue un partido horroroso... Tiré tres triples que no tocaron ni aro. No me lo explico, pero el final fue perfecto. Cuando sea mayor engordaré recordándolo". Con la misma naturalidad con la que banaliza aquella gesta, explica su liderazgo. "Desde pequeña he querido ser la mejor en todo. Mi nivel de autoexigencia es grandísimo. Juego para demostrar que soy la mejor. Va en el carácter, yo nunca iré asustada a tirar un tiro libre", cuenta mientras devora el rape.

La suya es además una historia de superación, tras un verano lastrada por una lesión en un gemelo que a punto estuvo de dejarla sin Mundial. Ahora, esta apasionada de la lectura, de los animales y de Almodóvar, tiene dos ilusiones, ver nacer a su sobrina y dar forma a un proyecto de una escuela de baloncesto para niños y niñas de entre 7 y 11 años. Tras el café, que apura sin prisas, su siguiente parada es el fisioterapeuta para seguir tratando ese gemelo renqueante.