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Columna
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La política sin Messi

Eduardo Galeano, un escritor uruguayo muy aficionado al fútbol, tiene un perfil de Maradona en su libro Futbol a sol y sombra que resume la polémica trayectoria de uno de los mejores futbolistas del mundo con tan sólo cuatro palabras. "Jugó. Venció. Meó. Perdió". Galeano sostiene que la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se fue haciendo profesional, los jugadores no salían al campo a jugar sino a impedir que se jugara. Por eso, durante mucho tiempo este espectáculo renunció a la alegría, atrofió la fantasía y prohibió la osadía. Maradona, decía Galeano, era una suerte para este deporte, ya que se trataba de un descarado carasucia que se salió del libreto para gambetear a todo el equipo rival.

A la política le ha pasado lo que al fútbol, que se ha hecho profesional. De la democracia española hace tiempo que desaparecieron las ideas, las propuestas y los programas. Por eso, en este insoportable bipartidismo, los partidos no van a las elecciones a ganar sino a impedir que gane su oponente. En el rifirrafe no hay ideas, hay consignas. Al igual que en los partidos, no hay militantes, hay hinchas. El debate político en España ha renunciado a las gambetas de Messi y a la habilidad de Cristiano Ronaldo. Se ha llenado de defensas correosos e implacables con el contrario. Hay una lucha titánica por destruir, donde todos se han olvidado de crear. Ni hay alegría ni fantasía ni osadía. Todo es mediocridad. Desaparecida la magia de Zapatero, ese descarado carasucia de León que se atrevió a gambetear a la cúpula socialista en un congreso extraordinario, la militancia del PSOE está alicaída jugando sin saber a que juega.

Al igual que ocurre con el fútbol, la política se ha convertido en un juego pasional dirigido a los hinchas. Por eso, el mayor logro de un equipo es que sean los rivales los que reconozcan tu supremacía en el campo. Con ello, ya tienes medio partido ganado. Un ejemplo es lo que está ocurriendo con el PP, que con una estrategia defensiva y correosa, hecha para destruir y no para crear, está ganando todos los partidos sin salir todavía al campo de juego. Está ocurriendo a nivel nacional. Y está ocurriendo también en Andalucía, donde por primera vez en la historia de la comunidad, Javier Arenas ha logrado algo que no había conseguido antes, que además de él también los dirigentes del PSOE piensen que el PP puede ganar las próximas elecciones andaluzas. Más allá de las encuestas, que lo predicen reiteradamente, la primera victoria de Arenas ha sido conseguir que los socialistas interioricen esta posibilidad.

Da la impresión que el PSOE va a salir al campo en las próximas elecciones, tanto en las municipales del año próximo como en las autonómicas de 2012, no para ganar, sino para impedir que el PP lo haga con mayoría absoluta. Apenas se cuestiona la victoria del PP, lo que se discute es que le alcance para que Arenas sea el próximo presidente de la Junta. El PP está haciendo política para atraerse a los ciudadanos que rechazan la política y, sobre todo, para los que reniegan de los políticos, que desgraciadamente son batallón. Es como si jugaran al fútbol con la única intención de que la gente se aburriera del fútbol y dejara de ir al campo. Su victoria se sustenta en unas gradas cada día más vacías. Es un equipo con un entrenador que no le gusta ni a su propia hinchada, pero que lleva camino de ganar el encuentro con la estrategia del catenaccio, matando el espectáculo y cortando cualquier iniciativa del contrario. El PSOE, mientras tanto, sigue con la estrategia del murciélago. Todo el equipo colgado del travesaño, echando balones fuera y esperando que no le metan más goles por la escuadra. La situación de los socialistas es la historia de Zapatero en ocho palabras. Ganó. Gobernó. Y con la crisis la pifió.

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