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Columna
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La revolución de la brújula

Se hizo público, hace unos meses, el hallazgo, en una excavación arqueológica de La Rioja, del hueso de una mujer de unos 20 o 30 años que padecía una luxación congénita de cadera. El que esa mujer hubiese podido llegar a la edad adulta demuestra que los seres humanos prehistóricos cuidaban a los discapacitados. Se trata de una de esas noticias-fuelle que animan un poco el rescoldo de la confianza en la humanidad, que le provocan alguna que otra llama, o, si se prefiere, una de esas noticias-imán que atraen hacia el mismo punto las virutas que nos van quedando de optimismo y que andan por ahí mayormente dispersas y/o naufragadas. ¿Qué decir, al lado de esa noticia humana, de esta otra que acaba de publicarse y que recoge el despido en Kenia de más de mil profesores por haber violado, en los dos últimos años y en escuelas de zonas rurales, a niñas de entre 12 y 15 años, muchas de las cuales han quedado embarazadas? ¿Qué colección de adjetivos extremos hay que atribuirles a estos hechos para dar justa cuenta de la vileza, la abyección, la degradación de lo humano que representan?

Poner esta noticia al lado de la anterior resulta un ejercicio demoledor y al mismo tiempo, o tal vez por eso, extremadamente saludable por lo que tiene, por un lado, de evidencia de que la flecha de la "evolución" humana anda ahora mismo dando tumbos, con el norte perdido, como una brújula enloquecida frente a un campo magnético irreconocible y/o inasumible. Y, por otro, de ensordecedora, ineludible, sirena de alerta. Contamos con infinidad de datos, de signos, grandes y pequeños, que están diciendo a gritos, a pitidos estridentes, que el mundo va mal, que su paisaje moral y mental (me refiero a las excelentes relaciones que mantiene con la tontería, la indocumentación, la apatía intelectual) padece un serio proceso de erosión y de vertidos tóxicos.

Vivimos en un siglo que ha vuelto, por ejemplo, a utilizar y/o a tolerar la esclavitud. Pensemos, sin ir más lejos, en el fenómeno perfectamente actual de las redes que secuestran a mujeres, las mantienen encerradas en "centros de alto rendimiento sexual", como auténticas esclavas del cuerpo, mientras una parte de la sociedad hace como que no sabe lo que allí (y aquí) en realidad se cuece. Y algunos incluso lo defienden en nombre de la libertad, al punto de que los anuncios de contactos se han vuelto algo así como la punta de lanza de una forma de entender la libertad de expresión (corporal y laboral), uno de sus géneros estrella. Punto de vista que no sólo no comparto, sino del que discrepo del modo más rotundo. Hace pocos meses cayó en nuestro país una red de trata de mujeres que estaba detrás de la contratación de un porcentaje elevadísimo de este tipo de anuncios en prensa.

Pruebas hay de sobra y tan enormes como la que hoy nos llega de Kenia de que el mundo necesita con urgencia una reorientación moral y mental, una auténtica revolución de la brújula.

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