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LA COLUMNA
Columna
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Como una piña

Tanto empeño había puesto la cúpula dirigente del PSOE y del Gobierno en afirmar que el resultado de las primarias madrileñas sería, en cualquier caso, bueno para el secretario general del partido que han logrado convencer a todo el mundo de que el resultado de las primarias ha sido letal para el dicho secretario general. Y es que cuando la cúpula dirigente de un partido en estado de desconcierto se reduplica en la cúpula dirigente de un gobierno en trance de descomposición, las posibilidades de convencer al público, que mira divertido el espectáculo, de que la verdad es lo contrario de lo que ambas cúpulas pregonan se multiplican al infinito.

En nuestro sistema de partidos, a ningún secretario general que no sienta pulsiones suicidas se le ocurre montar unas primarias. Una vez, pase; pero dos, es cosa de necios. Si hay primarias, los secretarios generales no pueden ser candidatos y si los secretarios generales quieren ser candidatos, no puede haber primarias. La razón es muy simple: unas primarias en las que solo votan afiliados, que en una considerable proporción son cargos públicos, abren una ventana de oportunidad para solventar luchas internas de clientelas o facciones. Para que eso no ocurra y las primarias se conviertan en un saludable ejercicio de democracia, habría que ampliar la posibilidad de votación más allá de los límites del partido e impedir a los secretarios generales presentarse como candidatos, o sea, como en Estados Unidos.

Las primarias, tal como le gustan al PSOE, son una mezcolanza que no puede funcionar sin acarrear graves tensiones internas. Porque, si se presenta el secretario general de una organización, lo que solicita no es sólo su nominación como candidato a unas elecciones, sino un voto de confianza de los afiliados. Si pierde, lo obligado será convocar un congreso extraordinario para elegir a su sucesor; si no lo hace, porque cuenta con apoyos suficientes para aguantar, se verá forzado a destrozar a su rival, como ya se demostró en las primarias para las generales del 2000: ganó Borrell, sólo para comprobar que la maquinaria del partido disponía de suficiente poder para ir segándole la hierba bajo sus pies. Al final, con toda la hierba del candidato elegido ya segada, acabó presentándose un desautorizado secretario general. Resultado: la más humillante derrota del PSOE en lo que va de democracia.

Parecida historia, que en su primera vuelta se vivió como tragedia, en esta segunda se repite, en homenaje al viejo Marx, como farsa: el secretario general del PSOE, que casualmente es presidente del Gobierno, decide medir hasta dónde llega su poder enfrentándose en unas primarias con el secretario general del mismo partido en Madrid. Para colmo, la cúpula del Gobierno y del partido se confabula para atacar al de Madrid presentándolo como candidato de la derecha y del no. A cualquiera se le ocurre que si semejante candidato sale elegido por los afiliados, su triunfo lleva aparejado un voto de censura al secretario general del partido que ha montado el vodevil y a sus provocadores adláteres. Esto, tan elemental, tendría que haber hecho reflexionar, ya que no al secretario general, por lo menos al presidente del Gobierno y a sus compañeros de ejecutiva y de consejo de ministros.

No reflexionaron, como de costumbre, y creyeron que poseían todas las bazas para destrozar la trama de poder regional que un anodino secretario general de ámbito local había ido trenzando a la chita callando durante los tres últimos años. Perdieron; y por la fuerza de las cosas, el voto de censura al secretario general se traduce en un voto de censura al presidente de gobierno. En términos reales, la candidata del presidente/secretario general no cuenta para nada en esta historia: pudo haber sido ella o cualquier otro u otra. Lo que contaba era Goliat frente a David.

Y ahora, cuando los afiliados demuestran que Goliat tiene los pies de barro ¿qué? En el discurso, ya lo sabemos: a un espeso silencio siguió la sarta previsible de lugares comunes: triunfó la democracia, todos con el elegido, como una piña. Pero en la práctica será otra cosa, porque la piña de la que habla el presidente/secretario general es la que le ha caído en la cabeza y ha estallado en el suelo: de cómo sea capaz de recoger los piñones dispersos y reducir el chichón va a depender su futuro. Por lo pronto, lo que ha demostrado es que si en el Gobierno no hay quien presida, lo que hay en el partido es un secretario general en fase menguante.

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