El fenómeno Gómez
Esta fue la semana triunfal de Tomás Gómez. Un hombre tranquilo y de aspecto corriente que se ha convertido en el político del año. No tengo la menor duda de que el fenómeno Gómez será estudiado en las escuelas de marketing. En realidad es lo único realmente interesante que ha acontecido en este campo desde hace tiempo. Es la transformación experimentada por quien hasta hace tres meses apenas lograba arrancar un titular en la prensa, un corte de 30 segundos en la radio o un total de 20 en la televisión. Su foto apenas aparecía impresa y los pocos que le identificaban le relacionaban más con la alcaldía de Parla que con el PSOE de Madrid.
El invierno pasado me citó Tomás Gómez en un restaurante del centro de Madrid. Se dio la circunstancia de que yo conocía al administrador de aquel local, un tipo bastante mundano pero poco enterado de la pomada política. Le presenté a mi acompañante por su nombre y apellido y se sentó con nosotros a charlar un rato. Hablamos de todo y tras un cuarto de hora de animada conversación aquel tipo del restaurante le soltó a Gómez una pregunta que le dejó sin habla, "¿y tú en qué trabajas?", le espetó. Nunca olvidaré la cara que puso. Hubo dos segundos interminables de silencio que yo rompí bromeando con la ignorancia de aquel tipo, pero ninguno sabíamos dónde escondernos.
La democracia interna ha sido el mejor negocio para los socialistas madrileños
Al margen del punto hilarante que tuvo la situación, aquello entonces me pareció injusto. Tomás Gómez llevaba más de dos años dirigiendo el socialismo madrileño, entregado a poner orden en una organización dominada por las banderías y el clientelismo, y no le conocía ni dios. Parecía no haber margen para la ilusión. Y él ponía empeño a pesar de la oscuridad mediática a que le condenaba el no ser diputado autonómico ni disponer de un foro institucional donde enfrentar sus propuestas a las de Esperanza Aguirre. Lo más que conseguía era sujetar una pancarta o intentar golpes de efecto, en algunos casos desafortunados, que bien poco le ayudaron.
Aquel Tomás Gómez del restaurante ya no existe. Nada tiene que ver con el que ha emergido tras negarle al mismísimo presidente Zapatero su petición de que se echara un lado para dejar paso a Trinidad Jiménez. El no de Gómez tuvo en sí mismo una repercusión publica tan espectacular que elevó su nivel de conocimiento público hasta cotas antes inimaginables. Pero lo mejor para él estaría por llegar. Su victoria del pasado domingo, esa victoria ajustada, tras un recuento palpitante, le dio al episodio una emoción que en política casi habíamos olvidado. Era solo una victoria en primarias y, sin embargo, se reveló suficiente para que apareciera el entusiasmo, la alegría y las lágrimas con todo el foco de las cadenas de televisión y medios informativos nacionales.
Todos siguieron en vivo y en directo la noche grande de Tomás Gómez. Ya no resultaba soso, ni tímido, ni inseguro. Ya no parecía el candidato flojo y fácilmente vapuleable que pintaban las encuestas esgrimidas por el aparato federal del PSOE. La democracia interna, con todas sus imperfecciones, ha sido como anunciamos hace dos meses en esta misma columna, el mejor negocio para los socialistas madrileños. Ha habido vencedores y vencidos, pero no muertos y, si todos tienen la grandeza de administrar bien lo acontecido, curarán pronto los heridos.
En el fondo Rubalcaba tenía razón; el no de Gómez a Zapatero es ahora su mayor capital político. Lo es no solo por las simpatías que suscita la rebeldía, sino por el distanciamiento que se colige de un ZP en horas bajas. Gómez deberá gestionar con sutileza ese capital ante el electorado para afrontar la madre de todas las batallas. Allí tendrá enfrente a Esperanza Aguirre. Todo un monstruo de la mercadotecnia política y una reina en la distancia corta. Los sondeos nunca contemplan su derrota, lo más que atisban es la pérdida de su mayoría absoluta. Ella jamás se confía, y menos ahora que el fenómeno Tomás Gómez ha devuelto la ilusión al socialismo madrileño.
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