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Crítica:DANZA | GISELLE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El repertorio como examen

Título entre los títulos, prueba de sensibilidades para la primera bailarina y también examen de rigor para tomarle el pulso a un conjunto académico, Giselle sigue siendo el clásico emotivo por excelencia, piedra angular del repertorio romántico y vehículo de sostenimiento de un sistema compositivo que ha atravesado el tiempo.

Una vez disculpado lo que se puede disculpar (estrecheces del escenario, viaje agotador) vemos un Ballet Clásico de Moscú en versión bastante mermada y reducida, con un número de bailarines muy jóvenes poco preparados en el coro que apenas se atienen a mantener una compostura elemental sobre el escenario (risas, bromitas de fin de curso: algo intolerable en el universo del ballet), un arranque que hizo presagiar lo peor.

GISELLE

Ballet Clásico de Moscú. Música: Adolf Adam; coreografía: Jules Perrot-Jean Corrali -Marius Petipa; escenografía: L. Solodovnikov; vestuario: E. Dvorkina. Dirección artística: Natalia Kasatkina y Vladimir Vassiliov. Teatro Compac Gran Vía. Hasta el 9 de octubre.

La producción moscovita retrotrae la estética hasta el Renacimiento
La escena del bosque del segundo acto es la más lograda

La obra se divide en dos cuadros o actos: el primero en el campo durante la vendimia, de ambiente realista; el segundo en un claro del bosque en un ambiente espectral donde se verifican las apariciones del fantasma de la protagonista muerta al final del primero, en la forma de una willi danzante. ¿Qué es una willi? Es el espíritu de una doncella en forma de etérea visión nocturna, muchachas burladas que volvían desde las sombras para vengarse (según lo recogió Heine de una vieja leyenda sajona y así fue vertido en el libreto). En este caso, Giselle fue burlada por Albrecht, un noble donjuanesco que viene enlutado y con lirios, hasta la tumba de la joven que murió de amor. Antes de medianoche, del túmulo emerge Giselle en inmaculado tutú blanco. El registro dramático de la bailarina debe pasar de la fragilidad de una muchacha de un villorrio a otro tipo de temblor menos físico, más de respiración y de vuelo. Este es uno de los secretos de una buena Giselle, su meollo plástico. Ekaterina Berezina tuvo un primer acto flojo, con fallos ostensibles en su variación y un desafortunado acompañamiento en un cuerpo de baile bastante disperso. Lo mejor, la artista Diana Kosireva en el papel solista del Pas de Paisants. Bailarina segura, goza de una musicalidad notoria, y eso le hizo llevarse la palma con la breve variación de saltos sobre las puntas que remite a la coreografía más antigua de este ballet y a sus versiones más añejas; tal variación hoy día se enseña mal y se hace poco por la dificultad que encierra, y Kosireva con su digno hacer salvó el primer acto haciendo valer aquello de que no hay papel pequeño.

En el segundo acto la compañía se mostró tan cohesionada y contrastando con la primera sección que parecía otra. El cuerpo de baile de las willis, el cuidado en la musicalidad y el estilo y los rigores de una pantomima mucho más contenida daban lustre y resarcían al espectador al borde de la frustración. Si Ekaterina Berezina hizo un primer acto lamentable, en el segundo se creció y estuvo francamente magnífica. Resulta extraño tal disparidad, tanta diferencia. Sus balances, su fraseo, la delicadeza de su pequeña y rápida batería y sus pies dúctiles hasta lo musical ofrecieron un recital de detalles dignos del mejor elogio, menos los brazos, todo hay que decirlo. Khorosshilov en Albrecht da lo que puede dar, y su faceta mejor, la de eficaz partenaire, tuvo su momento de lucimiento; en lo demás cumplió discreto.

La producción moscovita retrotrae la estética hasta el temprano Renacimiento, lo que puede resultar chocante para los estándares habituales de hoy. Ese perfume casi medievalista se acentúa en un decorado algo gótico y con la presencia de parte de los bailarines en zapatos de carácter (sin las inveteradas zapatillas de puntas). En este apartado, la escena del bosque del segundo acto es la más lograda y mejor iluminada.

En la coreografía, que en sentido general se atañe a un complejo original que recoge materiales y añadidos de más de siglo y medio, hay unos cortes bruscos y un trasvase de números de un sitio a otro que descolocan al espectador avezado y acostumbrado a un desarrollo tenido por canónico. Otro detalle es el número de las willis (el cuerpo de baile femenino del segundo acto), pensado desde sus orígenes como momento mayor y que Petipa terminó de reordenar brillantemente en sentido clásico. La drástica reducción a 12 elementos más las dos solistas resulta pobre. Piénsese que es exactamente la mitad del ordinario, del que lleva en origen la obra, aunque se aceptan versionados donde aparecen indistintamente (y de acuerdo a la planimetría disponible) formaciones de 16 a 20 elementos, y es que la coreografía, sus formaciones, canon y ensamble, piden de un número mayor.

Una escena del segundo acto de <i>Giselle</i> interpretada por el Ballet Clásico de Moscú.
Una escena del segundo acto de Giselle interpretada por el Ballet Clásico de Moscú.

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