Chanel devuelve la magia a París
Lagerfeld impresiona con una puesta en escena inspirada en una película de Alain Resnais - Inès de la Fressange desfiló para la marca 20 años después
Las proporciones épicas del desfile de Chanel para primavera-verano de 2011 exigen el uso de superlativos para su descripción. Todo en la presentación de ayer fue grandioso. Una sola cifra resulta ilustrativa. Los elaborados montajes que Karl Lagerfeld ha ideado para la casa francesa en el pasado (que incluían un iceberg o una granja) solían ocupar una superficie de 4.000 metros cuadrados en el interior del Grand Palais. El jardín francés de grava blanca y negra de ayer, con sus tres fuentes, se extendía por más de 13.000. De una belleza inquietante, estaba inspirado en la película El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, cuyo vestuario hizo Coco en 1961.
El golpe de efecto no se limitaba al espectacular escenario. Thomas Roussel, del grupo Something à la Mode, dirigió a los 80 miembros de la orquesta Lamoureux, que interpretaron una composición sinfónica de Roussel a partir de temas pop como Isobel, de Björk, o Bittersweet Symphony, de The Verve. Inès de la Fressange volvió a desfilar para Chanel dos décadas después de ser la musa de la casa y más de 80 modelos de varias épocas la acompañaron. Una suma de estímulos de tal calibre estaba condenada a conseguir su propósito: epatar.
El jardín del edén de Lagerfeld alcanzó una altura extraordinaria al florecer en una irregular semana de desfiles, marcada por la contención y el pragmatismo. En la entrega de la numerosa audiencia -2.800 invitados- se palpaba la felicidad por reencontrarse con el lado más fabuloso y evocador de la moda. Calibrar exactamente el alcance de la ropa en sí exige un estudio minucioso de las salidas. Se vieron casi un centenar de ellas, así que hubo tiempo y espacio para casi todo. Aunque era notoria su serenidad. Lagerfeld apostó por lo bello en su acepción más idealizada y menos histérica. Ni rastro de las maniacas combinaciones de colores ácidos que tanto proliferan para el próximo verano. El tweed devorado se abría en ordenadas roturas, los bordados geométricos replicaban la simetría del jardín y los característicos trajes se volvían menos estrictos gracias a sus chaquetas holgadas.
No es casual la transformación geométrica que sufrió la chaqueta de Chanel, que pasó del cuadrado al triángulo. La línea A definía constantemente la silueta. Para subrayar la idea, en todas las fotografías que Lagerfeld ofrece como acompañamiento de la colección, la modelo Jacquelyn Jablonski extiende los brazos para que su cuerpo dibuje un triángulo. Pero la relativa frialdad de las formas matemáticas apenas emerge en los diseños. Por si así fuera, Lagerfeld los cubre de plumas bordadas, los puntea de flores y hasta los tiñe de colores azucarados. Solo los zapatos, con sus gruesas suelas, mantienen algo de dureza.
Las dos últimas colecciones de Stefano Pilati para Yves Saint Laurent habían sido, como mínimo, desconcertantes. Había curiosidad por ver cómo se enfrentaría al legado del creador francés, ya que su influencia está por todas partes esta temporada. Pocos son los diseñadores que no han pasado por la exposición retrospectiva sobre su trabajo que terminó en agosto en el Petit Palais.
Pilati se dejó de rodeos y se enfrentó a todos los códigos de la casa. Con valentía y una mirada limpia. Lazos, vestidos de campesina, esmoquin, gabardina y volantes se reducían a su esencia y ofrecían un aspecto moderno y afilado. Pilati mencionaba el carácter tribal de la moda. Un tema que estudió en un doble sentido: el sentimiento de pertenencia a un clan y los guiños al arte primitivo que condicionaban sus esquemáticas formas. A veces, funciona enfrentarte a lo que más te asusta.
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