"Mi vida parece interesante, pero pagas un precio"
Está desconcertado y no lo oculta. Y aunque lo hiciera, su esposa, mientras él posa y presume ante la cámara junto al templete de la plaza Mayor de Segovia, confía un pequeño secreto: "Lucha todos los días". El sueco Mikael Strandberg (Dala-Järna, 1962) ha pasado los últimos 25 años explorando. El mapa le ha llevado a pie, a caballo, en bici o esquíes de Alaska a Chile, de Noruega a Sudáfrica, de Nueva Zelanda a Egipto, hasta la tierra de los masais y el frío hielo de Siberia. Pero su ruta era otra: "La búsqueda del sentido de la vida".
Reflexivo, grandilocuente y alejado del halo aventurero del Dr. Jones creado por Spielberg, Strandberg, invitado al Hay Festival de literatura, ha preferido saltarse Madrid para amarrarse a la tranquilidad de la ciudad castellanoleonesa. Le apetece charlar y cualquier cosa le sirve para el almuerzo. "¿Un sándwich, por ejemplo?". Pero estando donde estamos -y abierto él a lo que diga el nativo-, bien vale agarrar la conversación con torrezno, tortilla y empanada. Sabrá darles las gracias, aunque no acabe el plato, más atento a masticar las palabras.
El explorador ha recorrido medio mundo a pie, a caballo, en bicicleta
Strandberg se reconoce aún noqueado por la última conquista -la alcanza con la mano- de su particular expedición: un bebé de dos meses. "Antes pensaba que cuando llegase a viejo estaría relajado y contento, pero ahora que soy más mayor", dice socarrón esquivando el sol con las gafas, "ando más preocupado y no sé qué hacer". Su ansiado grial duerme acunada a la vera de la mujer que hoy completa lo que, sin casi percatarse, andaba buscando.
Uno de los 50 exploradores de la historia aupados por la londinense The Royal Geographical Society junto a sir Edmund Hillary o Jane Goddall, Strandberg sintió que tenía que ir más allá, muy lejos de ese selecto club. Nació en un pequeño pueblo sueco donde los perros ganaban en número a sus habitantes: 25 a 12. Recuerda que en casa solo tenían tres libros. No era ejemplar en clase, pero a los 15 años ya había seguido los renglones de Kafka, Hesse y Borges. "Pensé que quizá era único, que debía hacer lo que nadie hubiera hecho antes". Como pasar 2.500 noches bajo una tienda de campaña; recorrer 112 países sin motor -"mi objetivo es comunicarme con los seres humanos y hay que estar al mismo nivel"-; ser reconocido por National Geographic como "héroe explorador"; aupado en Londres y Nueva York como el mejor de los expedicionarios, o combinar todo eso con la escritura, la radio, el documentalismo y un largo etcétera con un pero: "En el papel mi vida parece muy interesante y privilegiada, y lo es. Pero pagas un precio. No perteneces a ningún sitio o a todos".
"Cuando regresé a mi país, donde todos tienen de todo, pero no disfrutan por poner demasiado esfuerzo en sí mismos, perdí la confianza, así de fácil". Y dibujó una nueva escapada: la expedición Arabia, de Omán a Mauritania. Un viaje que sin arrancar ya ha llenado su mochila. "Durante 48 años he intentado entender la vida", reflexiona con un bocadito en la mano. "Uno de sus fundamentos es la familia y sin un bebé parece imposible". Su mujer apareció en Yemen durante la preparación de su última exploración para "cambiarlo todo". "Masai o estadounidense, todos queremos amor". Lección que el sueco ha elegido seguir. ¿Retomará la expedición? "Vamos a ver". ¿Y dejará de viajar? "Nunca".
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