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OPINIÓN
Columna
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Proteína dispersa

Juan Cruz

Está por Madrid Jorge Semprún; ha venido a un acto de alta proteína: la presentación del libro que ha hecho Lluís Bassets conversando con Javier Solana. Lo ha publicado Debate, una editorial cuyo nombre propio parece, en este país, una reliquia. Porque ya no se debate, sino que se habla en una sola dirección. No se debate: se bate. A ver quién dice lo contrario que lo hundo. Debate, hermosa palabra que está en veremos.

Junto a esos personajes -Solana, Bassets, Semprún- estuvo en la presentación del libro (Reivindicación de la política) Felipe González, cuya experiencia y cuya actualidad tienen un alto contenido en proteínas. De ninguno se puede hablar en pasado, ninguno (ni el periodista, claro está) está en panteón alguno, lo que dicen tiene que ver con lo que pasa, la actualidad va por sus venas, y lo que pasa por sus venas tiene que ver con este país como cruce de caminos.

Ese libro es una reivindicación de la política. Y una reivindicación de la conversación; Solana es un buen pensador de la política, un estratega; lo demostró en la oposición, luego le ayudó muchísimo a González a vislumbrar una conexión exterior que le sirvió al líder socialista para dibujar un contorno que contribuyó, en aquel entonces, al prestigio de España.

Lo curioso es que eso lo hizo Solana cuando era ministro de Cultura. Aunque ya era portavoz del Gobierno, resulta interesante anotar esa otra naturaleza. El ministro de Cultura acudía con el jefe del Gobierno a reuniones de alto nivel en las que era evidente que importaba su impronta. Por aquel entonces (y la palabra entonces ya es como uno de esos hombrecillos que convoca Millás a su última novela, una palabra omnipresente y pegajosa, una mosca cojonera), este país se había configurado como una democracia decidida a recuperar proteínas que estaban dispersas. Las proteínas culturales que se habían diluido (y fructificado) en el exilio, y las proteínas que se derivan justamente del prestigio ancestral de este país.

De modo que no estaba mal que Solana fuera tan asiduo acompañante de González. En ese momento Solana quería hacer una incursión en el futuro de la cultura tocando en el pasado de la cultura, para juntarlos. Fue una iniciativa interesante, en la que profundizó después Jorge Semprún, cuya presencia es la que me ha desatado ahora estas breves reflexiones sobre el pasado de las ilusiones de este país. Felipe le dijo a Semprún que lo nombraba para que viera qué pasaba cuando a aquel comunista que se llamó Federico Sánchez lo saludaran marcialmente los guardias civiles en los pueblos de España.

Obviamente, no lo nombró por eso. Lo nombró porque a este país le hacía falta consolidar algunos filamentos culturales que estaban desvaídos, después del paso por los alegres ochenta, cuando parecía que todo había de edificarse sin tener en cuenta las proteínas anteriores. Semprún era un símbolo del exilio y de la lucha antifascista, y además un gran escritor fagocitado por los franceses, a cuya cultura también pertenecía, y pertenece. Pero Semprún es sobre todo un europeo, un español traspasado por una historia que nos hace. Cuando le vi, esta mañana, pensé en estas cosas. En la proteína pura que este país tiene dispersa.

Jorge Semprún, en septiembre de 2003.
Jorge Semprún, en septiembre de 2003.LUIS MAGÁN

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