Participación, diversidad y sostenibilidad cultural
Hoy, el Ministerio de Cultura hará pública la preselección de ciudades que optarán a ser nominadas como Capital Europea de la Cultura 2016 (CEC 2016). Dieciséis candidatas de todos los rincones de España -de Cáceres a Cuenca, de Málaga a Tarragona, de Donostia a Pamplona...- han presentado proyectos, y se prevé que el comité de selección elija entre tres y cinco. Su presidente, Sir Robert Scott, en una entrevista, afirmaba: "Hasta la fecha, ningún país había presentado 16 candidaturas... Lo de España es un récord absoluto". Un récord de concurrencia que trae consigo el eco de los cientos de millones de euros que suman los presupuestos de las candidatas. Esa prolífica respuesta ¿evidencia el valor de la cultura como estrategia de transformación social, o manifiesta inclinación al más puro consumismo cultural? Quiero reflexionar sobre esta cuestión partiendo de uno de los criterios que el comité ha de aplicar de acuerdo a las bases de la convocatoria: que el programa sea "sostenible y forme parte del desarrollo cultural y social de la ciudad a largo plazo".
Europa recomienda "promover el diálogo intercultural como proceso sostenible"
Las estrategias deliberativas caracterizan la gestión democrática del procomún que es la cultura, no ya las artes que se divulgan en una sociedad y la nómina de autores y artistas que las ejercen, sino la red de valores y conocimiento, competencias y creatividad, ritos y símbolos, patrimonio artístico y memoria atesorados por una comunidad. Los procesos de diálogo son necesarios para lograr que esa red sea cada vez más inclusiva, que enriquezca la calidad de vida y favorezca la evolución del capital social. Así lo subraya la Agenda Europea de la Cultura cuando recomienda "promover el diálogo intercultural como proceso sostenible que contribuye a la identidad europea, a la ciudadanía y a la cohesión social".
Frente al consumismo y el incremento de las ofertas de actividades culturales, la sostenibilidad cultural se orienta a fortalecer el capital humano, las competencias de las personas y de los grupos sociales para interpretar la realidad en la que viven, ejercer una ciudadanía activa y participar en la resolución de problemas comunes. Se propone, así mismo, favorecer una gobernanza democrática basada en valores como la equidad, la igualdad de oportunidades o la corresponsabilidad; y promover el reconocimiento y la aceptación de la diversidad en las multiculturales sociedades contemporáneas.
La elaboración de los proyectos para concurrir a la convocatoria CEC 2016 ha constituido una oportunidad que las ciudades candidatas han debido aprovechar para articular sistemas confiables de deliberación de los agentes culturales, en la línea recomendada por la Agenda 21 de la Cultura que reclama procesos de participación para configurar proyectos culturales públicos.
Cuando se da voz a quienes piden la palabra, suele manifestarse una percepción de insuficiencia de los recursos disponibles para la cultura y de su distribución desigual.
Para lograr un aumento equitativo de esos recursos, la mirada sostenible propone considerar la cultura como "inversión" y no como "gasto", y medir sus retornos cuantitativos y cualitativos mediante indicadores de evaluación. En la dimensión cuantitativa, invita a debatir sobre las escalas variables de precios, de acuerdo a la renta personal, para el acceso a la actividad cultural pública; la eliminación de bonificaciones, por parte de las administraciones públicas, a quienes disponen de suficientes recursos privados; o el incremento de la cooperación público/privado mejorando las condiciones fiscales para el mecenazgo y los patrocinios. Y en la dimensión cualitativa, pone el foco en la valoración de los bienes inmateriales sustento de la convivencia y la innovación: bienes como la alteridad y la empatía, la capacidad para emprender iniciativas y gestionar la incertidumbre, la disposición a admirar la belleza... que se consolidan con la extensión de la educación artística, la vivencia del placer estético y la mejora de la comunicación humana.
El consumismo no activa el desarrollo cultural de una sociedad, ni lo hacen los grandes eventos efímeros o los equipamientos espectaculares que ofrezcan programaciones banales; sí lo consiguen el diálogo y la reflexión en entornos con significación estética, el fomento de los talentos artísticos, la indagación creativa y su expresión en libertad. La sostenibilidad cultural reclama apreciar los inmateriales que son el sustrato en el que fructifica la labor de los creadores, de las agrupaciones artísticas y las industrias culturales, de la cual surgen obras y piezas con valor económico en el mercado. Entre dichos bienes destacaría uno de especial relevancia para la democracia: el encuentro entre diferentes, más valioso, si cabe, en comunidades estratificadas con grupos estancos carentes de permeabilidad y comprensión recíproca, como la que yo habito.
Este problema se repite por toda Europa con manifestaciones de mayor o menor intensidad: multiculturalismo sin interculturalidad, apelación al civismo sin construcción de valores cívicos comunes, etnocentrismo, xenofobia. Aquí, la acción cultural pública que asuma la diversidad como eje de actuación, contribuirá al "re-conocimiento" mutuo, a la superación de prejuicios y la configuración de valores compartidos.
Así pues, en la medida que esta convocatoria haya servido para elaborar candidaturas culturalmente sostenibles, bienvenida sea la múltiple concurrencia. Y al comité de selección corresponderá la tarea de distinguir los proyectos que resulten más coherentes, prometedores y replicables.
Luis Arizaleta es gestor cultural.
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