Miles de menores sin estudios vuelven a clase para tener trabajo
Tienen 16 años y han pateado las calles o han vivido en un centro de reeducación
Tienen entre 16 y 21 años y forman parte de los 160.000 estudiantes que en la última década han abandonado sus estudios medios sin más expectativas que la calle. Algunos han hecho trabajos menores, otros a su corta edad ya han pateado demasiado los barrios y experimentado, incluso, lo que es pagar su propia factura familiar o social con un internamiento en un centro de reeducación de menores.
Saben lo que es la crisis en primera persona. Conocen de buena tinta lo que es buscarse la vida trabajando en una tienda o robando en la calle. Pero quieren un futuro mejor. "Algo tengo que hacer, porque cuando sea mayor quiero tener algo", sostiene Kevin Capha, que a sus 16 años ya ha vivido un internamiento.
María: "Yo lo hice mal, muy mal. Ahora lo sé: si quiero, puedo"
Kevin: "La oportunidad es para que la aproveches, no para que la tires al retrete"
Julián: "De no estar en este programa, ahora estaría repitiendo y repitiendo"
En el centro de menores de Picassent aprendió a estudiar. "Y se me daba bien", recuerda. Y, lo más importante, le dieron la "oportunidad" de reengancharse a los estudios, a través de un programa de cualificación profesional inicial PCPI) en el instituto público Fuente de San Luis de Valencia. Como él, otros 10.284 jóvenes de 16 y 17 años se han apuntado este curso al carro de los PCPI. Unos programas "flexibles y nada teóricos" orientados a jóvenes que abandonan la ESO sin título, están desescolarizados o en riesgo de exclusión, explica Marian Hernández, profesora de Ámbito Sociolingüístico del centro.
Es el caso de Julián López, de 17 años, que ya está en segundo curso. "De no haber llegado a este instituto y hacer un PCPI yo estaría ahora repitiendo, repitiendo y repitiendo. Esta fue la última oportunidad y la he aprovechado", resume. Ahora quiere ser informático.
María Bertomeu, que empezó a pelarse las clases con 13 años, con la tensión y las broncas familiares que implica para los padres, ha aprendido con solo 16 años: "Si quiero, puedo". Su objetivo es sacarse "el graduado, estudiar bachiller y continuar los estudios". El PCPI es su pasaporte a la universidad. El sistema educativo les ha brindado "la última oportunidad", coinciden los tres. Y están dispuestos "a aprovecharla"."Los programas de cualificación profesional están destinados a jóvenes que, de no estar ahí, estarían en la calle. Y con estos programas hasta alguno quiere hacer carrera superior", confirma Marian Hernández, especialista del Ámbito Sociolingüístico, que el año pasado trabajó con alumnos de "familias muy desestructuradas" del Marítimo de Valencia en el IES Isabel de Villena.
Son listos, "pero vagos", coinciden, Julián, Kevin y María. Este fue su problema en la Secundaria. Por eso abandonaron. Pero, además, el modelo teórico de estudios de la ESO no les gusta nada. Prefieren la informática y el ordenador, las tareas prácticas y aprender a labrarse un futuro.
Los profesores los preparan tanto para vida real como para un oficio. "Aprenden desde a expresarse en público a hacer un currículum y presentarlo en una empresa", detalla Hernández.
Y ellos han captado el mensaje rápidamente: "Si no estudio, nadie me dará de comer", reconoce Kevin Capcha, un joven de 16 años procedente de Bolivia, que este curso ha comenzado a rehacer su vida gracias a un PCPI en el instituto público Fuente de San Luis de Valencia.
Su historia no es muy diferente de la de muchos otros jóvenes que a los 13 años empiezan a aburrirse de los estudios y antes de los 15 ya han abandonado el sistema, algunos con consecuencias importantes sobre su vida. "Yo estuve en el centro de Reeducación de Menores de Picassent por robos y todo eso... me dejé llevar por mala gente y cometí muchos errores, como no ir a clase", cuenta Kevin. "Aquí he podido hacer amigos nuevos. Ahora estoy tranquilo. Lo único que quiero es estudiar", confía Kevin, antes de reafirmar su propósito: "Quiero tener algo en la vida".
El caso de Julián López -"como el torero", bromea- es diferente. Ha cumplido los 17 años y está en el último curso del programa. Este apasionado del break-dance, dependiente en una tienda de ropa joven, reconoce: "Nunca me ha gustado estudiar y tampoco tengo mucho tiempo porque trabajo". Desde hace más de un año solo tiene "una fijación": obtener el Graduado y sacarse el Grado Medio de Informática. "Sí o sí. Voy a aprovechar esta oportunidad", afirma convencido Julián.
Cuando se le pregunta a la profesora cuál ha sido el problema de estos jóvenes para llegar a abandonar los estudios de forma tan prematura, Hernández responde certera: "Tienen un problema al 50% por igual de vagancia y de inmadurez académica. Pero de tontos no tienen nada, responden más bien a un perfil de vagos". Esta tesis la refrendan los tres entrevistados. "Sí, somos listos, pero somos unos vagos", coinciden.
María Bertomeu es una joven de 16 años que con solo 13 años pasó de "ser superestudiosa en 1º de la ESO a bajar a la calle, a salir con gente que no debía y a pasar de clase". Este curso María ha tenido la oportunidad de reengancharse a los estudios a través de un programa de cualificación. Su obsesión ahora es: "Conseguir el Graduado, estudiar Bachiller y continuar los estudios".
"Yo lo hice mal, muy mal... y luego te arrepientes mucho. Lo mío fue vaguez", asume María. "Antes no podía estar en casa. Ahora la relación con mi madre ha cambiado muchísimo. Pobrecita, ahora lo pienso y... ¡He tenido unos añitos, uf...!"
María "no tenía la mentalidad" para salirse de clase o simplemente no entrar. "Pero empecé a bajar [a la calle] y a quedarme más y mis padres a ponerme límites... Y yo siempre quería más y más y más. ¡En mi casa se formaba cada lío que para qué!". María recuerda que su madre, preocupada, llegó a decirle: "Para que estés en la calle, quédate en casa".
"Ahora lo sé: si quiero, puedo", dice con satisfacción María. Su relación familiar ha dado un giro copernicano. No quiere que su hermana pequeña, que ha empezado la ESO este año, siga sus derroteros. "Quiero hacer lo que quiero hacer: un futuro".
"Si te dan una oportunidad como esta, es para que la aproveches. No para que la tires al retrete", advierte contundente Kevin, que conoce lo que es arrastrar el peso de la delincuencia juvenil callejera.
Kevin ya no quiere saber nada más de aquel capítulo. "Me dejé llevar por mala gente dos años más mayor que yo... De todo, payos, gitanos, colombianos. Fue en el centro de menores donde empecé a estudiar y se me daba bastante bien. Me dieron mi última oportunidad", admite Kevin.
El modelo de clases de estos programas les atrae a todos. Las clases -explica Hernández- son muy prácticas, están todo el día con el ordenador y "ellos participan de la búsqueda de información". Son asignaturas teórico-prácticas, por una razón de peso: "Era gente muy desmotivada. Y hay que hacerles actividades muy variadas", añade esta especialista, que sostiene que: "Es mejor dejarles probar hacer las cosas, palparlas, que hacerles estudiar de manera teórica".
Pero la jornada de Hernández, o de otros profesores dedicados a estos jóvenes reciclados en este tipo de programas, no acaba con el horario lectivo. "Vamos al teatro, celebramos el Día de la Paz, hacemos talleres de percusión, etcétera...". Y, sobre todo, hacen un seguimiento exhaustivo de los muchachos. "Hay que hablar casi a diario con los padres, llamar por teléfono...", explica la profesora. "Sencillamente, es gente muy buena que antes no daba el 100% y ahora sí".
El consejo de María a su hermana es claro: "Por lo menos, no hagas lo que yo hacía". El futuro ahora está en sus manos.
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