Organdí apelmazado
Era una apuesta arriesgada, y tras tres horas de meticulosa exposición solo los muy entregados a la causa pudieron mostrar alborozo a espuertas. Peter Gabriel pasó por Barcelona queriendo hacer suyas canciones ajenas y para dar nueva lectura a las propias, algo que, orillando apariencias, no consiguió. Para ambas empresas se sirvió de orquesta, apelando a un sinfonismo de libro. Todo ello lo arropó con un espectáculo delicado y hermoso no tanto por imaginativo como por preciso. A la postre, fue lo mejor de la noche.
Y es que Gabriel hizo suyas las versiones (de Paul Simon a Arcade Fire, Randy Newman y Magnetic Fields) de la peor manera posible, cantándolas todas igual y apelmazando sus melodías entre capas y capas de violines que uniformaban el repertorio. Así, mientras la mirada deambulaba curiosa por los motivos propuestos por la pantalla móvil y por la excelente realización videográfica, los oídos apenas notaban el cambio de partituras. Aun así, la idea no capituló hasta la segunda parte, cuando se vio que la propuesta de no usar batería era un mero brindis al sol.
PETER GABRIEL
Palau Sant Jordi
23 de septiembre 2010
Porque ya con su propio repertorio, Gabriel solo consiguió conectar con el público cuando los temas perdían parte de su vapor de organdí para acentuar con percusión su original latido rítmico. Ocurrió por ejemplo con Digging in the dirt, Red rain y Solsbury hill, de los más aplaudidos de la noche. Y, sin que nadie se lleve a escándalo, para reinventar canciones no es preciso detallarlas hasta sus últimos recovecos con una gran orquesta. Que se lo pregunten al Col·lectiu Brossa.
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