El discreto encanto de lo anacrónico
Supertramp acunaron al Sant Jordi con un plácido repaso a sus viejos éxitos
La ventaja de no haber sido un joven loco, disparado y atolondrado, es que no se nota tanto la pérdida de energías implicada en el paso del tiempo. Puestos en música, se puede apelar a la lógica y conjeturar que los años mellarán más a un punk que a quien hace del arrullo su enseña. Entiéndase que todo ello viene pintiparado al recordar el concierto que anoche ofrecieron Supertramp en el Palau Sant Jordi de Barcelona, donde celebraron los cuarenta años de la edición de su primer disco casi como si el tiempo no hubiese pasado. Al menos para el oído, ya se sabe que los años resultan implacables con el aspecto físico. Pero sea porque nadie fue a ver figurines o porque la condescendencia con uno mismo comienza con los demás, todo fue casi como entonces.
Comodidad y calidad de sonido fueron las características del concierto
Bien, hace años Roger Hodgson estaba en la banda, no se repartía en la entrada de los recintos publicidad sobre las versiones de Supertramp que éste ha grabado para su nuevo disco en directo y no resultaba tan necesario en escena el concurso de vocalistas para reforzar las prestaciones de un grupo que ya, hace mucho, no cuenta con su voz. Pero como todo ello ya se sabía de antemano nadie se echó las manos a la cabeza y todo rodó de forma apacible. Quizás un poco más apacible de la cuenta, porque hasta el cuarto tema, "Breakfast in America", no sonaron los primeros aplausos sinceros, decorados mentalmente por más de un "¿te acuerdas? evocador de ternura y melancolía. Luego, quizás aprovechando el tirón, la banda embocó una versión briosa, al menos para su registro, de "Cannonball" para luego, debidamente anunciada en pantallas, seguir con "Poor boy". Todo muy en su sitio, perfilado, todo muy tranquilo, todo también algo anacrónico y como congelado más que en la memoria, en el propio tiempo.
Puestos a buscar cosquillas, podría haberse solicitado que algo de los indudables ahorros amasados a lo largo de una carrera tan larga y triunfal hubiesen sido destinados al espectáculo, bastante parco y, porque no decirlo, en absoluto espectacular. Y claro, eso de que en un concierto sólo cuenta la música es una verdad a medias si éste tiene lugar en un espacio tan grande como el Sant Jordi, donde pensar en un entorno visual para las canciones no es algo complementario sino más bien inevitable. A cambio, desde el mismo inicio del recital el sonido resultó nítido y definido, tan excelente como el de aquella frecuencia modulada que tanto antepuso la calidad a tantas otras cosas. Ese sonido permitió que los acordes de piano que abren "From now on" levantasen otra marea de murmullos de aprobación en una platea donde como mandan los cánones el concierto se siguió sentado, de suerte que comodidad y calidad (de sonido) fueron la grandes características del concierto.
Esa misma platea, unida por un desnivel continuo de sillas que la unía a la grada situada frente al escenario, vibró con "Give a little bit", otra de las históricas repescas del grupo, un empujoncito a la alegría y al cosquilleo en clave Supertramp, es decir, con mesura. No se trababa de desbocar emociones, sino más bien de evocarlas con tacto y sin aspavientos. "It's rainig again" se encargó de elevar de nuevo los ánimos y enfocar la parte final del concierto con "Bloody well right", "The logical song" y "Goodbye stranger". En los bises esperaban turno "School", "Dreamer" y "Crime of the century", con las que se cerró el repaso a una historia iniciada hace cuarenta años y que ha bifurcado un mismo repertorio bajo dos nombres. En el caso de Supertramp fue conducido anoche con un encanto discreto, pausado y maduro para mayor solaz de los amantes de la calidad y de las emociones que no pongan en riesgo la salud mediante inopinados sobresaltos.
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