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OPINIÓN
Columna
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El periodista

Juan Cruz

Había el miércoles una atmósfera sosegada de admiración y melancolía en el salón de actos del Instituto Goethe, en Madrid, donde periodistas, políticos, ciudadanos alemanes, iberoamericanos, españoles o europeos en general rendían homenaje a Walter Haubrich, periodista, que acaba de cumplir 75 años.

Walter es doctor varias veces, profesor en distintos lugares, viajero infatigable por la Península y por América Latina, estudioso desde hace años de la literatura en español, polemista temible (sobre todo en asuntos de fútbol), y un hombre apasionado cuando discute sobre política.

Esto último lo subrayó mucho Felipe González, a quien Walter conoció, como corresponsal del Frankfurter Allgemeine Zeitung, cuando el que luego sería presidente socialista se llamaba todavía Isidoro y era clandestino. La verdad es que ahí el tal Isidoro dijo que no se llamaba Isidoro sino para Rodolfo Llopis, el dirigente histórico del PSOE a quien Felipe sucedió. En esos círculos íntimos del partido, González era Isidoro. Un día, un periodista de Arriba tuvo la ocurrencia de decir que había un Isidoro que era el que mandaba en el socialismo del interior, y que estaba en la Universidad de Sevilla.

La policía buscó a ese Isidoro, y se encontró con un compañero de Felipe que en efecto se llamaba así, y al que anduvieron molestando hasta que la propia policía, desde Madrid, les advirtió: "Si ese nombre se lo dimos nosotros a Arriba... Es otro, no es ese Isidoro".

En todo caso, a lo que íbamos. Desde que Walter y aquel juvenil Felipe González se encontraron en Sevilla desarrollaron una relación que entonces sirvió para que los alemanes supieran cómo iban discurriendo aquellos tiempos en los que aún en España no se podía decir nada de lo que realmente sucedía. Miguel Ángel Aguilar, Enrique Barón y Carsten Moser, que intervinieron en el acto, junto con Klaus-Dieter Frankenberger, directivo del FAZ, desarrollaron ese asunto: gracias a los corresponsales como Walter, España pudo saber, en el interior, lo que le sucedía a España. Y eso fue muy importante para sobrevivir la dictadura y preparar la transición. Después vinieron los tiempos de la democracia; Franco dejó de ser el vigilante de esta playa difícil y la democracia sucedió a la dictadura.

Entonces fue cuando los amigos Walter y Felipe, convertido en jefe de la Oposición y luego en presidente, tuvieron que verse las caras como periodista y como político. Y ahí fue donde ahondó Felipe. Walter, dijo, era exacto, estricto, riguroso en las informaciones. No había un dato que no verificara, no había una información que le desmintieran. Los que saben alemán dicen, además, que esas informaciones (a veces sobre fútbol, o sobre literatura, pero muchísimas veces acerca del acontecimiento político) están escritas con un idioma de gran altura literaria. Seguro, porque es un gran lector.

Nadie le podía discutir sus informaciones. ¿Y sus opiniones?... Ah, sus opiniones. Ahí es donde el gobernante se desesperaba con Walter: era muy difícil discutirle. Claro, opinaba de lo que sabía. Era un periodista cuando informaba y un periodista cuando opinaba. Lo que ahora le resultará raro a Felipe (y a cualquiera) es percibir cómo se opina sin antes querer saber sobre aquello de lo que se pontifica.

Walter Haubrich en su despacho.
Walter Haubrich en su despacho.Bernardo Pérez

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