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Crónica:VUELTA A ESPAÑA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Huracán en Burgos

Cavendish gana su segundo 'sprint' en vísperas del tríptico del Cantábrico

Carlos Arribas

"La tormenta tropical Igor se convertirá en huracán dentro de 48 horas", advierten los meteorólogos, que no hablan de la Vuelta, ni de su líder, Igor Anton, activo como casi ninguno, salvo Purito, en los días de calor tropical, que espera eso, convertirse en un huracán para arrasar las montañas del Cantábrico, el llamado tríptico, Peña Cabarga, Lagos, Cotobello, y dejar resuelta la Vuelta en 48 horas. Hablan de una tormenta tropical de verdad, por las costas de Cabo Verde y hacia el Oeste por el Atlántico, por lo tanto, tampoco de Mark Cavendish, que no se llama Igor pero que ayer pasó por las calles de Burgos tan rápido que fue un visto y no visto, un huracán, eso. Freire, ni huracán ni brisa, pelín hipocondriaco con un catarro, los nervios de las vísperas de Mundial, dejó hacer en la distancia. "Piernas, tengo", dijo. "Aire, no tanto, por culpa de un catarrillo".

En la salida, sin embargo, sí que se habla de meteorólogos y del tiempo. Hay quien anuncia lluvias para los días decisivos y Marzio Bruseghin pierde de repente la alegría. Bruseghin, el contrarrelojista que aguanta sin perder mucho en la montaña, la sombra del peligro para los pequeños escaladores, debió dejar el último Giro por una tremenda caída un día de lluvia en Holanda. Gracias a eso está fresco los últimos días de la temporada y cree que puede acabar, por lo menos, en el podio; y por eso teme el agua, teme los descensos bajo la lluvia, como los que le pueden esperar el lunes en la etapa reina, la de la Cobertoria que lanzó a la fama al cegato y caído Zülle, que allí perdió la Vuelta un día de lluvia en mayo del 93.

En su coche, Gorka Gerrikagoitia medita ante la hoja de ruta del día. "Temo más a este día que a ningún otro", dice el director del Euskaltel, preso del síndrome del día a día que afecta a todos los directores, brote más agudo si se lleva al líder, como es su caso. Anton habla de montañas y sierras, Gerrika mira por la ventana y solo contempla páramos; mira la hoja de ruta, un par de puertos de tercera, mesetas abiertas por donde entra el viento, y solo ve peligro de emboscadas, trabajo desmesurado para sus chicos a los que acaba de convencer, en la charla del autobús, que, total, en los días llanos su trabajo se reduce a una hora, a la primera, una hora dura en verdad, pero nada más. Una hora para manejar los intentos, para evitar que se infiltren en la escapada elementos peligrosos. Ayer no les fue mal. 40 minutos de trabajo a 46 de media hasta que en el kilómetro 31 se formó la escapada perfecta: cinco corredores del montón. Una vez pasada la sudada, descansaron los chicos del Euskaltel, recuperaron fuerzas y ánimos para un último esfuerzo, el de arropar a Anton los últimos kilómetros.

En días como el de ayer, el director del Columbia apenas tiene que motivar a sus chavales, cuyo trabajo es de no más de 10 minutos, el de los últimos 10 kilómetros, que concluyeron como un huracán por las rectas de Burgos, y cuya recompensa es inmediata: la esperada victoria del jefe de la banda, Cavendish, que sacó de rueda a todo el pelotón.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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