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Columna
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Mañanayer

David Trueba

Según parece, mañana se decide si la renovación del Tribunal Constitucional se paraliza de nuevo. La carta está en manos del partido conservador, que a su vez, oscila entre dos tendencias, la que aboga por no dilatar más los nuevos nombramientos y la que defiende prolongar la parálisis, confiados en que la actual alineación pueda frenar la aprobación de la reformada ley del aborto. La imagen televisiva de un asunto tan abstracto suele ser la fachada del Constitucional y la imagen de Federico Trillo presentando orgulloso el recurso en la secretaría. Es precisamente Trillo quien fascina en esta historia. Hay que felicitarlo por personalizar la vocación política entre tanto arribista que, descabalgado del poder, ahora campa en consejos de administración bien regados, verdadero cementerio de elefantes de la élite política. Trillo no, él persiste en la caldera, en línea directa con tantos jueces que le deben favores y alpiste de su época de ministro, haciendo pie en un fondo de limo que pone turbia el agua clara. Trillo, bajo paraguas, sabe manejar los tiempos: veloz forense, lento negociador.

Los populares solo son antiabortistas, anticatalanistas, antimilitaristas, antiautonomistas y prosindicalistas cuando están en la oposición. Los miles de abortos realizados en sus ocho años de poder deberían bastar para convencer a la ciudadanía de que la interrupción del embarazo es una realidad que esquiva cualquier disparidad de criterio. Pero más triste que esa mentira es la manipulación de los tribunales superiores. En Estados Unidos la última incorporación al Supremo se ha producido tras meses de debate enconado pero abierto. Aquí la renovación dura tanto que si el Constitucional fuera La Roja seguiría jugando Zarra. Para los que aún creemos con la infantil fe de los ocho años en la división de poderes, porque teníamos esa edad tan crédula cuando nació la democracia española, ver tanto cálculo y manoseo es una pista de que también en aquello nos mintieron, nos dijeron que eran las cataratas del Niágara y era un desagüe de canalón. La libertad y la justicia precisan de instituciones libres y justas. No va por ahí la política. Muchos de sus representantes parecen cobradores del frac, persiguiendo a morosos que les deben vete tú a saber qué turbios favores. Mañana será el mismo día.

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