El efecto bola de nieve
La etiqueta flamenco-fusión da mucho miedo. En nombre de la falta de prejuicios, se han cometido innumerables crímenes. Por eso, cuando hace seis o siete años se empezó a oír hablar de un grupo multitudinario que se llamaba elbicho, que se había curtido tocando en el Retiro o La Latina y que hacía flamenco-fusión, era difícil no mostrar desconfianza. Generalmente, el interlocutor añadía: "Son distintos. Estos tienen chicha". Era cierto. Pronto, por todo Madrid se expandió la voz. Elbicho era la banda a seguir.
Fue una bola de nieve. En pocos meses pasaron de ser absolutos desconocidos a publicar un primer disco y llenar La Riviera con una naturalidad asombrosa. Quizá fue esa facilidad, ese ir rodado, lo que hizo que elbicho siguiera su camino sin preocuparse por lo que se llevaba. Su idiosincrasia se ha basado en estar fuera de lugar. Pocas referencias parecen menos populares ahora mismo que el rock progresivo de los setenta -de Jethro Tull a Led Zeppelin- y eso es lo que ellos reivindicaban sin saberlo. Cocineros intuitivos, al mezclar virtuosismo rockero con pasión flamenca creaban un guiso que era hijo natural de Triana, Smash y demás pioneros del rock progresivo andaluz de los setenta.
Pero además trascendían los circuitos cerrados llegando a un público heterodoxo de pijos, perroflautas y rockeros. Nadie, por reacio que fuera a su estilo, era capaz de negar que tenían algo.
Elbicho era una mezcla de colectivo hippy, que se refugiaba en una casa de Cañiza, un pueblo de 20 habitantes en Guadalajara, para fumar porros y ensayar; un grupo con tres álbumes de estudio de los que dos han sido disco de oro, y una máquina en directo que ha dado centenares de conciertos. Improvisando, sin ceñirse a ningún guión, ganaron una reputación de grupo que había que ver.
Su éxito se parece al de su amiga Bebe o al de La Mala: los tres han roto fronteras y los tres tienen al frente una personalidad exuberante. En el caso de elbicho, la del frontman Miguel Campello, un alicantino al que alguien definió como "una Lola Flores en hombre y en bajito". Un tipo extravagante y expansivo, cantante autodidacta que vino a Madrid con 19 años y que sirvió de catalizador para siete músicos de las más diversas procedencias.
En teoría el de ayer fue su concierto de despedida. Ellos mismos se han encargado de aclarar que no se separan: que se paran. No han dicho cuánto tiempo. Visto lo visto uno juraría que no demasiado. Aunque con elbicho, cualquiera sabe.
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