Contrariedad ventajosa
Nadal afronta esta vez la cita de Nueva York más descansado por haber acortado su calendario tras lesionarse en Australia
El huracán Earl sopla y oscurece el día. Su húmedo aliento (26 grados, 70% de humedad y 40% de posibilidades de lluvia) es el viento que cambia el escenario, pero no a los protagonistas. Hay palabras que definen a los campeones. Llega Rafael Nadal, que en la pasada madrugada debía jugar en la segunda ronda del Abierto de Estados Unidos contra el potente uzbeko Denis Istomin, y dice: "Para mí, fue increíble volver y ganar Roland Garros y Wimbledon. Enseguida, sin embargo, fui a jugar a Toronto y... a empezar a sufrí otra vez". Luego, suelta una carcajada ante su ocurrencia.
Roger Federer, por su parte, habla con rostro pétreo. "Ahora me es más fácil manejar los partidos duros porque sé lo que puede soportar mi cuerpo", explica; "sé qué es el dolor muscular, sé qué es una lesión, sé qué es el cansancio... Cuando eres joven, sin embargo, te golpea como un camión: de repente".
Un problema de rodilla le obligó a no acudir a cinco torneos habituales
"Uno intenta aprender de las cosas que le pasan", resalta el mallorquín
La facilidad, el conocimiento de uno mismo, es de Federer, campeón de 29 años que jugará la tercera ronda contra el francés Paul-Henri Mathieu. El camión, el sufrimiento, la pasión cada vez más atemperada por buscar el propio límite, de Nadal, campeón de 24. Su último atropello grave se produjo en el Abierto de Australia -retirada por una lesión en la rodilla derecha ante al británico Andy Murray- y tuvo un insospechado efecto terapéutico: las fuerzas con las que el español asalta el último tramo del curso, en el que la cita neoyorquina y la Copa de Maestros son los grandes objetivos, nacieron de aquel incidente. El dolor liberó cinco semanas de su calendario. La lesión le permitió no acudir a competiciones fuera del primer plano. Y el descanso obligatorio afectó a sus golpes, que corrieron el riesgo de oxidarse, y a la frescura de sus músculos. Los anglosajones tienen una frase para eso y se la recuerdan en Manhattan: "A blessing in disguise", "una bendición disfrazada" de decepción o, en su caso, de lesión.
"Este año llego un poquito mejor al Abierto de Estados Unidos que otros", reconoce el número uno mundial, que habría preferido competir todas esas semanas. "Mi estado físico es bueno. Me siento bien", asegura el mallorquín, que jugó en Cincinnati con ampollas en los pies; "mentalmente, siempre lo he estado. Solo una vez, en 2008, cuando perdí aquí las semifinales contra Murray, no he estado bien. Estaba demasiado cansado para ganar este torneo".
Nadal se lesionó en enero, en el Abierto de Australia, y luego se trató las rodillas en julio. Consecuencias: no jugó la primera ronda y los cuartos de la Copa Davis, ante Suiza y Francia. Dejó de disputar tres torneos de categoría menor que siempre estuvieron en su calendario: Rotterdam y Dubai, por lesión, y Barcelona, por precaución. Y llegó a Nueva York con 59 partidos, pocos para un curso tan exitoso. A eso sumó otra cosa: en 2009, ante similares circunstancias, forzó tanto que llegó con una rotura abdominal. Este año, temeroso del mismo resultado, hecha ya una minipretemporada en Mallorca con Joan Forcades, todo lo contrario: "Uno intenta aprender de las cosas que le pasan", dice.
¿Y el huracán? ¿Son los atascos a la salida de Manhattan señal de huida o reflejo del puente del Día del Trabajo? Si llega, ¿es cierto que Istomin, agresivo y fuerte, disfrutará del viento ante Nadal?
"Aquí la pista está bastante rapidita", contesta Àlex Corretja, empapado tras un entrenamiento con Murray, el número cuatro. "Con el calor, la bola sale disparada. Las condiciones cambiarán si empieza a llover o la temperatura baja. En el tenis, todo se nota. Un poco de viento, un cordaje a dos kilos más o menos de tensión, un grip que no está bien puesto, una zapatilla nueva... Este es un deporte muy maniático", bromea. Earl y el viento de la pista central esperaban a Nadal.
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