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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | MUNDIAL 2010 | España
Columna
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La indiferencia de Estados Unidos

Mientras veía al equipo estadounidense ganar por los pelos a Brasil pasé menos tiempo emocionado por el juego en la cancha que preocupado por la razón por la cual no podía animar al equipo que vestía de rojo, blanco y azul. El resto de la gente de la habitación -que se encontraba allí para darle una fiesta sorpresa a mi novia con motivo de su cumpleaños- no tenía ningún inconveniente en animar a Estados Unidos. Cuando veían USA, reaccionaban pensando: "Soy estadounidense, son estadounidenses, quiero que ganen".

Porque era la fiesta de cumpleaños de mi novia y porque no quería estropearla empezando una discusión, no cuestioné las reacciones de mis invitados. Me estuve calladito y seguí mirando. Finalmente, se me ocurrió que estaba viendo un partido diferente del que estaban viendo mis amigos. Se conformaban con sentirse impresionados por el baloncesto. A mí, por otra parte, me preocupaba más la tarta de chocolate que me acababa de comer y me interesaba más la forma en que los jugadores se comportaban en la cancha.

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No me gustaba. Me refiero a la forma de comportarse de los jugadores. La tarta de chocolate estaba deliciosa.

Cuando 20th Century Fox dio el visto bueno al desafortunado programa piloto de televisión que ayudé a crear en 2006, se sobrentendía que trataría de desempeñar el papel de protagonista a pesar de que no tuviera ningún interés previo por la interpretación. Con ese fin, me mandaron, todas las mañanas durante dos meses, a ver a un preparador de actores. Aprendí tres lecciones básicas. Las dos primeras no guardan relación alguna con esta discusión: están más relacionadas con salir con actrices que con la interpretación en general. Pero la tercera, y la más importante, sí viene al caso: hay que comprometerse con el papel. No puedes retraerte porque entonces parece que estás actuando, en vez de parecer que estás conversando, o conduciendo o cayéndote al East River desde un muelle.

Resulta que esto es verdad en otros ámbitos de la vida. Uno no puede ser un novio o un perrero o un gigoló a no ser que se comprometa a ser un novio, un perrero o un gigoló. Uno tampoco puede ser un jugador de baloncesto a no ser que se comprometa a ser un jugador de baloncesto. El problema es que comprometerse a interpretar o a jugar al baloncesto implica la posibilidad de un fracaso estrepitoso, catastrófico y notable. El joven actor o el joven jugador saben que comprometerse con su trabajo podría llevarles a fracasar en él. Lo que todavía no saben es que, si no se comprometen, seguro que fracasarán.

Este es, creo, el problema que tengo con el joven equipo estadounidense. Tienen miedo de que si se esfuerzan mucho dé la impresión de que se esfuerzan demasiado. Son demasiado jóvenes para saber que esforzarse mucho y fracasar es una finalidad atractiva y noble; lo ven como algo despreciable y carente de alicientes. Tal es así, que se cogen un rebote cuando se equivocan y se comportan como si les diese igual ganar o perder. Juegan duro a rachas, pero si las cosas se tuercen -si Huertas o Barbosa anotan un tiro difícil- se encojen de hombros y dicen, "Tío, de todas maneras me daba igual".

Es posible que esa incapacidad para comprometerse no importe. Puede que los estadounidenses tengan demasiado talento. Pero tengo la ligera sospecha de que, en algún momento de este torneo de personalidades, la indiferencia estadounidense atormentará al equipo estadounidense.

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