Imprudencias gratuitas
"La vida de las personas se antepone a cualquier coste económico". Es la frase de un portavoz autonómico. Está casi a la altura del demagogo "por el derecho a la vida" de los antiabortistas que no condenan la pena de muerte. Se refiere este portavoz a la gratuidad del Grupo de Rescate Andaluz, el Grea. La Administración andaluza corre con todos los gastos, que la vida de las personas es lo primero.
Desde enero hasta hoy, el Grea ha participado en 23 ocasiones. Su objetivo es rescatar a los turistas, senderistas, aventureros y mochileros varios que se encuentran en apuros por las sierras y bosques de Andalucía. Los sujetos a rescatar suelen ser excursionistas con más ganas que habilidades. Turistas amantes de la proeza; muchos de ellos posiblemente inspirados en los programas de Jesús Calleja. No todos, quede claro que no todos; pero es evidente que algunos solicitan la ayuda del Grea por absoluta y completa irresponsabilidad. Es relativamente fácil diferenciar la mala suerte de la estupidez. La vida del estúpido y del experto valen lo mismo, ¿pero debería la Administración correr con los gastos? Lo que el portavoz deja fuera de toda duda con su frase es quién debe hacerse cargo de los costes. Lo tiene claro: nuestra escuálida aunque espléndida Administración.
Cataluña y Asturias, con los Pirineos y los Picos de Europa saturados de turistas irresponsables, no quieren correr con los gastos de los que eligen el riesgo y han dictado leyes en este sentido aunque hasta ahora no hayan girado los gastos más que para hacer saber el valor de los rescates. La Comunidad Valenciana, Castilla y León y Euskadi van por el mismo camino. Muchos países europeos tampoco pagan las imprudencias de sus ciudadanos o sus turistas. El Grea es necesario, pero no es un dispositivo barato. Si los bomberos no actúan gratuitamente en caso de negligencia, ¿por qué el Grea sí?
Late en la no gratuidad de los equipos de rescate un efecto disuasorio. El tiempo de ocio nutrido de sueños de proezas genera en el ciudadano un sentimiento de libertad plena, de irresponsabilidad absoluta. El resultado es la despreocupación. Si estos alegres excursionistas supieran que si van más allá de sus posibilidades pagan en caso de accidente la gasolina del helicóptero y el tiempo asalariado de los agentes o los daños que sufran por rescatarlos por su estupidez, probablemente actuarían con un poco más de sentido común. No es una vocación recaudatoria la de estas leyes, sino una vocación disuasoria.
La frase del portavoz, pues, no está a la altura de una comunidad moderna. Es tan alegre, tan espléndida y tan absolutamente demagógica, que recuerda al anuncio de una tarjeta de crédito. El excursionista solo tiene que pagar el viaje, la estancia, la ropa y las zapatillitas. Para todo los demás, la Junta.
No seamos necios. Las cosas tienen un precio. Los servicios públicos tienen costes. La utilización negligente de los servicios del Grea debe ser sufragada por el usuario negligente y feliz. La filosofía del portavoz deriva al agotamiento de los recursos del Estado de bienestar y no es razonable.
De ahí que el establecimiento de un mecanismo de depuración de responsabilidades, bien sea mediante el resarcimiento de los gastos ocasionados, bien mediante la imposición de sanciones económicas o bien mediante ambas medidas, es una cuestión que la Junta debería ya abordar. Una cosa es que el territorio andaluz esté acondicionado para potenciar el mercado del ocio y turismo, otra cosa es que Andalucía no mire cuánto le cuesta la torpeza de los ociosos y los turistas. La frase de este portavoz es de una manipulación informativa y de una superficialidad equiparable a la demagogia que amenaza con agotar no sólo el Estado de bienestar, sino la confianza del ciudadano en sus representantes públicos. Unos representantes que están obligados a exigir solidaridad en tiempos de crisis -y los ciudadanos a prestarla- pero que no pueden al mismo tiempo no importarles soportar unos gastos provocados por algunos aventureros del riesgo.
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