El Barça gana como siempre
El monólogo azulgrana añade a Villa en su diccionario futbolístico, como socio de Messi, para golear en El Sardinero a un Racing que poco pudo decir
Los veranos se llenan de noticias, culebrones, novelas río, galanes de carácter, que se decía en los tiempos del teatro verdadero. En el verano las toallas se llenan de fichajes frustrados, de contrataciones angelicales, "de puritanas de salón y tanguitas de serpiente", que diría Joaquín Sabina (o Benjamín Prado, quién lo sabe), pero, al final, el primer partido de cada temporada se parece al último de la anterior casi como dos gotas de agua. El Barça sigue siendo el Barça, es decir, todo empieza en Guardiola, sigue en Víctor Valdés, cada vez más intuitivo, como en el penalti (que no fue) que sacó con cuatro dedos tras adivinar las intenciones de Tchité, continúa en Xavi (anda que te anda, busca que te busca) y culmina en Messi, que está cuando hay que estar, y en Iniesta, que toca lívido, suave, táctico, sutil, incluso cuando remata, como en el segundo gol, un monumento a la sensatez, propio de los mejores goles de patio de colegio, del fútbol verdadero.
RACING 0 - BARCELONA 3
Racing: Toño; Francis, Henrique, Torrejón, Cisma; Kennedy (Adrián, m. 63), Colsa (Tziolis, m. 73), Diop, Arana (Ariel, m. 63); Munitis; y Tchité. No utilizados: Coltori; Christian, Lacen y Pinillos.
Barcelona: Valdés; Alves, Piqué, Abidal, Maxwell; Xavi (Pedro, m. 46), Busquets, Keita; Iniesta (Adriano, m. 81), Messi y Villa (Bojan, m. 78). No utilizados: Pinto; Puyol, Milito y Jeffren.
Goles: 0-1. M. 2. Messi pica sobre Toño un envío de Iniesta. 0-2. M. 32. Toño rechaza con un puño e Iniesta remata. 0-3. M. 62. Villa, de cabeza, a centro de Alves.
Árbitro: Delgado Ferreiro. Amonestó a Piqué, Francis, Adrián y Diop.
El Sardinero: 19.095 espectadores. Valdés paró un penalti a Tchité (m. 34) Puyol se lesionó en el calentamiento. Le suplió Piqué.
Los barcelonistas tiran del sentido táctico de Busquets y la sabiduría de Xavi e Iniesta
Villa es ideal para Messi: le abre y le alarga el campo, le desconcierta a los defensas
Nadie tocó nada en el encerado de El Sardinero. Ni siquiera el Racing agotó su libreta de fichajes, como si no quisiera enseñarlos al enemigo ante un ejército superior, como si no empezara su Liga hasta dentro de quince días. Enseñó a Kennedy, porque había poco que enseñar y no corría peligro. El resto era más de lo mismo con un año más de DNI, amén de un par de laterales animosos, aunque un tanto confusos. Portugal buscaba la guerra, es decir, el límite del reglamento, el borde del delito, la duda del juez y de la víctima. Cuanto más apela un equipo al reglamento o a su público más pequeño se hace, más delata sus limitaciones, más aún si el rival, el Barça en este caso, te hace un gol a los dos minutos, en la primera conexión entre Iniesta y Messi, y te quita al mismo tiempo las ganas de jugar y de pelear. Las de jugar, porque te quita el balón, te lo esconde en un promedio de doce pases por jugada, y las de pelear, porque siempre tiene un compañero a quien pasar ventajosamente el balón.
No había intríngulis en el Barça. El único misterio estuvo antes del partido, cuando se anunció la suplencia de Piqué, en beneficio de Abidal, y finalmente fue Puyol, lesionado en el calentamiento quien se quedó en la caseta y devolvió a Piqué al campo. Un misterio de centrales y una novedad, el debut de Villa que amén de hacer un gol (el tercero, a centro magnífico de Alves) anunció más que escenificó el peligro que se avecina en su conexión con Messi. Villa y Messi son una daga de doble filo: entren por donde entren, Messi por la habilidad, Villa por la frontera prohibida de la defensa, son afiladores natos. Ibrahimovic ya es pasado, una nota a pie de página por más que haya incomodado el alma de Guardiola. Ahora el Barça tira de puñal más que de machete. Y tira de Abidal en el centro de la defensa sin que le tiemble pulso, y prescinde de Xavi en el descanso. Y el Racing enseña a sus múltiples fichajes cuando tiene el partido perdido. Y el Racing, con todo perdido, se entrega al joven Ariel, un muchachito argentino que en media hora le hizo olvidar al equipo cántabro que perdía 0-3, tras el estreno de Villa como goleador blaugrana, y soñar con que tenía por fin un delantero centro.
Eran detalles de un partido muerto al poco de nacer, más de final de pretemporada que de principios de la actual, con esa facilidad que tiene el Barça para convencer al rival de que no se juega nada, de que nada importa, de que la fiesta empieza cuando él acaba su visita.
El Barça no permitió sueño alguno. Fue la máquina precisa que se basaba en el sentido táctico de Busquets, el derroche de Keita y la sabiduría de Xavi e Iniesta. De ellos, como de Messi o Villa, se espera que en cualquier momento llamen al timbre. Y llamó Messi a los dos minutos y llamó Iniesta cuando tuvo a bien y retimbró Villa, de cabeza, harto de llamar a la puerta... en fuera de juego. Y pudo haber más timbrazos, jugando al hilo de carrete de Messi, ya definitivamente convertido en el jeque del juego del equipo, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, ahora arriba, ahora abajo. Messi dirige la orquesta con la sabiduría de un solista y la energía de un becario. El resto, gira, en espera de Xavi y de Iniesta, en espera de quien quiera fijarse en su mirada e interpretar si es torva o feliz. No es tanto lo que hace, que es mucho, sino lo que puede hacer, lo que amenaza con hacer.
Así fue muriendo el Racing, que para bien del fútbol se quedó a varias cuadras del límite del reglamento y jugó un partido limpio, honesto, lejano de lo que se presumía una guerra de las Galias con trabuco y cadeneta.
El gol de Messi le desarmó, pero no le descontroló. Simplemente, le dejó sin argumentos, sin saber qué hacer. Cada ataque del Barça estuvo precedido de no menos de una docena de toques previos, de esos que desangran la moral y aploman las piernas. Cualquiera comandaba la ofensiva del Barça, que incluso se permitió el lujo de dejar a Alves que tomara el sol en su costado derecho, insistiendo en la banda de Maxwell. Luego sí, luego el brasileño adquirió el protagonismo habitual, sus correrías, sus centros, su profundidad. Poco ha cambiado en el Barça, salvo la amenaza de Villa, un tipo que se antoja como el mejor compañero de pupitre de Messi: le abre y le alarga el campo, le desconcierta a los defensas, le da las opciones que necesita, más allá de los postes en el área. El Racing, aún por hacer, aún en las parihuelas de la temporada, fue su primera víctima. El Barça ganó como siempre, con las palabras de siempre, con su monólogo habitual. Solo ha añadido una v a su diccionario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.