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Columna
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SECOND FACE

Javier Sampedro

La ley Facebook recién aprobada por el Gobierno alemán ha logrado un raro consenso entre empresarios, trabajadores, juristas y expertos en Internet: todos la consideran inútil. La ley prohíbe a los empresarios usar Facebook, Myspace y demás redes sociales para rechazar a un solicitante de empleo por su orientación sexual, por ejemplo. O por sus afinidades políticas, por su carácter reivindicativo, por su religión, por la falta de ella. Como parece obvio, y así lo ha señalado todo el mundo, el empleador podrá seguir rechazando al aspirante por gay, rojo, ateo o protestón y luego decir que ha sido por falta de vitaminas.

Yo creo que la ley sí tendrá un efecto. Ahora que todo el mundo se ha enterado de que los jefes de personal buscan en Facebook, vamos a presenciar una mutación masiva de la psicología humana a escala planetaria. La gente se va a volver de pronto ecléctica en lo espiritual, centrista en lo político, mansa en lo sindical, recta en lo sexual. Un perfil típico en la red social ya no será "De vuelta de todo menos de ti, oh destino", sino "Pulcro, ambicioso y adocenado de puro común, tan apasionado como el color del acero, si me entienden".

De esta forma, Facebook se habrá transformado en Second Face, una red social para mostrarle al mundo tu segunda cara, por fin un producto de Internet nacido para imitar al mundo en toda su gloriosa hipocresía. Pero el Gobierno alemán no debería parar de legislar ahí, porque no solo de Facebook se alimenta el contratador. Tomen mi caso. Cuando busque trabajo, mi empleador no necesitará Facebook para nada. Meterá mi nombre en Google, y las primeras cosas que sabrá de mí son las siguientes. "El descubrimiento de vida extraterrestre sería la gran noticia del milenio, dice Javier Sampedro". Y es verdad que lo dije, aunque sin saber que mi empleador estaba delante. "Javier Sampedro, humorista frustrado". Lo que también es cierto, probablemente. También hay una entrevista que me hicieron sin editar la cinta, donde me paso todo el rato diciendo cosas como "y entonces bueno, digamos, lo que es es digamos ¿verdad? y entonces...". Y una crítica que me da un repaso por escribir "chorradas sin talento alguno, con los tics propios del palurdo en ficción breve, supuesto humor extravagante, variaciones vanas de obras ajenas, demenciales estructuras...". Y menos mal que se me ha acabado el espacio.

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