La cultura del esfuerzo
He vuelto al mismo sitio de vacaciones. Me he reunido con los de siempre y he disfrutado con la misma intensidad que el pasado año. Sin embargo, las conversaciones son bien diferentes. Ahora se reflexiona sobre las expectativas y sobre las perspectivas del presente y del futuro. Quizás dichas percepciones sean más acusadas que en el año anterior y ello tiene su propia explicación: existe una mayor preocupación por las nuevas oportunidades de la sociedad.
Lo que más me ha llamado la atención son esas nuevas percepciones en torno al valor del esfuerzo y sobre la nueva interpretación del concepto del individualismo por parte del ser humano. En lo tocante a la primera preocupación, estamos ante la juventud mejor preparada y mejor formada de la historia, pero sus oportunidades son más bien escasas. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su último estudio sobre las diferentes atribuciones de la juventud en relación al trabajo cita algunas de gran relevancia. A finales de 2009, en todo el mundo, de los 620 millones de jóvenes económicamente activos entre 15 y 24 años, 84 millones estaban desempleados, la cifra más alta de los últimos años. La tasa de desempleo juvenil ascendía al 13% en 2009, cuando en el 2007 era del 11,9%.
La OIT advierte que las tasas de desempleo juveniles son más sensibles a las crisis
Del mencionado informe se extraen otras consideraciones de relieve. La primera, cuando en el estudio se cita el "riesgo de convertirse en una generación perdida de jóvenes que han abandonado el mercado laboral tras haber perdido toda esperanza de trabajar y lograr una vida decente". Y, la segunda, cuando se afirma que "las tasas de desempleo juveniles son más sensibles a las crisis que las tasas de desempleo de los adultos". En consecuencia, asistimos a una situación en la que puede predominar el desaliento y la confirmación de jóvenes trabajadores en sectores informales.
Ello nos permite afirmar que, bajo las redes de interdependencia de los individuos, cada ser humano está más especializado en una tarea y necesitará en mayor medida de los demás, que desempeñan otras labores que uno desconoce. Esta necesidad mutua es la que nos estimula a entrar en el intercambio y en las redes de reciprocidad. Sin embargo, a pesar de que dicha interdependencia es creciente y la extensión de la individualización, obligada, el esfuerzo se minimiza.
Normalmente, las personas tenemos intención de anticipar y controlar racionalmente nuestro comportamiento. A la vez que ese proceso se desarrolla, se produce un cambio de personalidad, por medio del cual configuramos otras formas de ver a las demás personas y a la propia realidad. Es lo que algunos psicólogos llaman la "reducción del esfuerzo"; a partir de lo cual exigimos que sea el Estado quien nos resuelva los problemas y nos retribuya (o indemnice) lo que sea menester en cada momento.
La segunda consideración a la que hice mención al comienzo del artículo es la relativa al más intenso proceso de individualización. Los sociólogos explican que las "nuevas tecnologías llegan a todos los rincones y, con ello, la colonización vía conexión a la Red, se amplifica". Ello implica que, enganchados a la Red, la individualización da cuerpo a los nuevos interiores y a innovadores contenidos. Es decir, con Internet los individuos poseen un mayor control de su imagen y de su proyección. O sea, pulen su identidad, creando una imagen muy trabajada de cada uno, llegando a un mayor egocentrismo y a una preocupante obsesión por la propia imagen y por el público imaginario que puede llegar a visitar cada página web personal.
Conclusión: los individuos, y más en concreto los jóvenes, se afanan en subrayar sus afinidades y en experimentar con sus identidades, desempeñando, por consiguiente, distintos papeles. Las consecuencias de dicho experimento son mínimas. Pues si hay o hubiera algún problema, todo se reduciría a una "mera desconexión", sin efectos colaterales. De ahí, el mínimo esfuerzo. La disociación entre los términos de esfuerzo y de consumo es obvia. O sea, al modificarse los valores, y pivotar única y exclusivamente sobre visiones endógenas de la sociedad, pudiera ocurrir que presenciemos el advenimiento de una sociedad que solo necesita de nuevas respuestas postmaterialistas, de autorrealización en el consumo (quizás como respuesta estética) evitando poner en valor las perspectivas de lo político, de lo económico, de lo cultural, de lo ecológico, etcétera. En suma, se trata de esquivar la cultura del esfuerzo.
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