Principio Henri Rousseau
Hay que ver la cantidad de historias chuscas que se cuentan sobre las vanguardias. Y hay que ver lo que gustan -mucho más jugosas que las de la telebasura-. Porque, puestos a delirar, mejor hacerlo con un poquito de clase. Mejor las anécdotas del patafísico y poeta Alfred Jarry que las del famoseo. El caso es que, entre esas historias chuscas, hace poco recordaba una de Jarry y los orígenes pictóricos del artista que a finales de XIX era aceptado como el aire nuevo que el nuevo arte andaba buscando. Henri Rousseau se llamaba y era aduanero, se repite. No era sólo "volverse salvaje", tal y como pretendía el liante de Gauguin. Era algo más disparato y mágico, una revolución que el cubismo trataba de codificar: pintar haciendo caso omiso a las normas elementales de la perspectiva y con ellas a cinco siglos de dominio visual. Pintar sin saber pintar. La cosa es que una mañana, al cruzar el Sena por el Pont des Arts, mi adorado Jarry se daba de bruces con Rousseau y le espetaba sin pestañear: "Amigo mío, te veo con cara de pintor. Tienes que ponerte a pintar".
Una anécdota genial, aunque seguro que se trata de otra falsa historia sobre los orígenes pictóricos de Rousseau. Desde luego, pone de manifiesto lo que todos sabían entonces: los viejos valores de la pintura estaban clausurados. Nada de academias: tener cara de pintor era más que suficiente -bueno, eso y un poco de talento-.
Recordaba el relato en el Guggenheim de Bilbao, donde se puede ver una muestra deliciosa de Rousseau. La visitaba con un amigo, escritor, de una inteligencia tan deslumbrante que de pensarlo me da vértigo. Nada más entrar me comentaba cómo había imaginado los cuadros más grandes. Yo iba a decir, en mi papel de historiadora del arte -mira que somos pedantes -, que esa sensación dejaba claro lo mal pintadas que estaban las obras. Es la primera regla de oro: si imaginas un cuadro más grande o más pequeño de lo que es en realidad, hay un problema de escala. Me mordía la lengua para no parecer banal al ultralisto y seguir disfrutando de la subversión de la perspectiva. Porque hay que ver lo engorrosa que es la perspectiva que nos impone una forma cerrada de mirar y cómo se disfruta frente a los cuadros "mal pintados" que subvierten la norma. Ocurre lo mismo en la pintura colonial que, hace notar Serge Gruzinski, busca en esa subversión un modo diferente de "narrar" el mundo, antitético al peninsular. La pintura colonial es lo único que puede salvarse de Principio Potosí, exposición a la cual se ha dado mucha publicidad, mientras otra muestra excelente del Reina, la comisariada por Juan Luis Moraza, pasaba desapercibida. Principio ha causado indignación entre artistas y comisarios latinoamericanos, capitaneados por Doris Salcedo, quien lo declaró abiertamente a este diario. No me extraña. Vaya petardo y vaya propuesta colonial -respecto a América Latina y al tomar a los espectadores madrileños por unos ignorantes que no distinguen Potosí de Bariloche-. Para hablar del montaje no ha sido aún inventada la palabra y tampoco voy a perder el tiempo con el pretencioso "manual de instrucciones", ni con las tesis de partida, una "novedad" propuesta por el mismo Gruzinski o por Mesquita y Pedrosa en F(r)icciones, celebrada en el propio Reina y donde ya se contraponían colonial y poscolonial. El problema es que se han liado en conceptos básicos, como se pudo adivinar en las jornadas previas a la inauguración. Es una exposición fallida. "Te veo con cara de Principio Potosí", parecen haber dicho los comisarios a unos cuantos artistas. Tranquilos: está a punto de clausurarse.
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