Un torero de Valladolid

Gran parte de los espectadores fueron a ver a Morante de la Puebla y se encontraron con un modesto torerazo vallisoletano, de nombre Leandro Marcos. La maciza faena al sexto toro de la tarde caló con fuerza en el público. El mismo público que se fue imaginariamente tras la espada del torero, para verlo matar al toro de un denso volapié. Pero no fue así. El diestro tiró por tierra todo aquello que había ganado con sus muletazos hondos, llenos de belleza clásica...

La faena a ese toro se recordará durante mucho tiempo. La inició con unos buenos doblones, para después de un bello trincherazo, citar al toro de lejos. Ahí empezó la gran música de su recital toreo. Surgieron los derechazos con una verdad inmensa. Pases templados, dándose en ellos la tríada que conforma la auténtica tauromaquia: parar, templar y mandar. Paró con aguante, templó cargando la suerte y mandó, para ligar acto seguido el nuevo pase, y luego repitiendo, con cadencia profunda (el cante grande del toreo) las series, hasta los remates por alto.

Su mayor virtud se formó en saber dar la distancia justa. El hecho de saber encontrar el sitio, eso lo tienen pocos toreros. Con ello se nace. Fueron siete series de derechazos, a cual mejores. Todo lo cual lo remataba con majestuosos pases de pecho. Añádase un par de tandas de naturales, de menor intensidad, para terminar con una serie de buenos derechazos, adosados de una suerte de remates muy toreros. Mató mal, como está dicho, pero si llega a matar bien sale con una docena de contratos de Vista Alegre. Nada hay más bello como lo verdadero. Así fueron aquellos largos, profundos y cadenciosos muletazos.

En su primero, Leandro Marcos dejó buen sabor. Se le vio un tanto acelerado, tenso. Ya apuntó buenas maneras en algunos pases con la franela.

Morante de la Puebla engañó con descaro al público, con la complicidad del presidente. El primer toro de la corrida era un inválido impenitente que debió volver a los corrales. Morante hizo lo indecible para que el toro permaneciera en la plaza, por lo que utilizó la pantomima de torear a un cadáver prematuro. Una vergüenza. En su segundo quiso hacerse disculpar por el estropicio de su primero. Por el aire quedaron las cantadurías de tres lances y una media. Luego, con la muleta espolvoreó algunas series con ambas manos de gusto exquisito, con la asonancia de templados pases, aunque le faltó afinarse a la hora de rematar las series. Fueron unos pétalos sueltos. Es verdad que el toro tenía muy corto el viaje.

El mejor toro de la corrida le tocó en suerte a Sebastián Castella. Después de un expuesto y vibrante pase cambiado, luego toreó con las dos manos, muy valiente y entregado. Toreó bien pero no llegó a estar a la altura de aquel bravo toro que le estaba ofreciendo una faena de puerta grande. ¡Qué gran torero tiene Valladolid!

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