El toro, un juez implacable
Debe ser verdad el aserto de que el toro pone a cada cual en su sitio; que es un juez implacable sobre la vida y milagros de quien se coloca delante de los pitones y pretende ganar gloria y dinero con su innata capacidad para domeñar y crear emoción artística. Dificilísimo empeño éste de la torería.
Que le pregunten, si no, a la terna de ayer, tres hombres maduros, labrados, seguro, en mil fatigas, con carreras largas a sus espaldas, pero incapaces, hasta ahora, de romper amarras sobre su destino y alcanzar ese triunfo rotundo mil veces soñado, que cambia una trayectoria, dispara al estrellato y convierte al aspirante en figura indiscutible.
Los tres atesoran condiciones técnicas y artísticas innegables, pero insuficientes, quizá, para jugarse el tipo de verdad cuando las circunstancias lo demandan.
MONTEALTO / UCEDA, DÍAZ, VEGA
Cuatro toros de Montealto, mal presentados, mansos, blandos y sosos; encastado el tercero. Quinto y sexto de El Torero, bien presentados y mansos.
Uceda Leal: dos pinchazos y estocada (ovación); pinchazo y estocada caída (algunas palmas).
Curro Díaz: dos pinchazos y estocada (palmas); tres pinchazos y casi entera caída (ovación).
Salvador Vega: estocada (oreja); estocada tendida, descabello -aviso- y un descabello (oreja).
Plaza de la Malagueta. 22 de agosto. Décima y última corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.
Los tres toreros atesoran condiciones técnicas y artísticas innegables
Ese ha sido el caso del malagueño Vega, un torero elegante y fino, con una concepción exquisita del toreo artista, tocado por la gracia, con clase y estilo, pero con el ánimo, ay, con alfileres cogido; dicho en cristiano: con el valor tan justo que se arruga cuando el toro llama a la gloria a cambio del riesgo supremo. Olvidadas quedan ya las oportunidades baldías vividas por este hombre, y efímera la posibilidad de que sea posible la rectificación tantos años esperada.
Veroniqueó a su primero brevemente, -quizá, un par de lances-, pero de manera excelente, y una media de cartel y una larga final de trazo hondo. Manso de libro era el toro, que persiguió con brusquedad en banderillas después de que tanto Uceda como Vega lo intentaran sin éxito en sendos quites. Brindó Salvador al público, y sacó lo mejor de sí mismo en los compases iniciales, pases por bajo, largos, con la pierna contraria flexionada, preñados de torería. Citó, después, con la mano derecha, y tiró de la embestida con gallardía, ajustados los muletazos, en dos tandas de toreo de categoría superior. La casta del toro era vibrante, con fijeza y recorrido, al tiempo que requería firmeza y disposición. Pero el torero lo había dado todo en los inicios, y cuando se esperaba la ratificación de lo realizado, citó para un circular y, en décimas de segundo, se desmoronó el encantamiento precedente. Y el torero ya no fue el mismo; se volvió torpe y de escasas ideas, se dejó enganchar la muleta, se descolocó y se vio preso de indecisiones e imprecisiones. En conclusión, no fue capaz Salvador Vega de superarse a sí mismo, y el toro, implacable, dictó sentencia: no te moverás del lugar que ocupas.
En honor a la verdad, se rebeló en el sexto, manso, también, y de mejor condición, con el que se vació con la mano derecha y toreó con hondura y buen aroma en varias tandas que supieron a deleite. Ojalá, por su bien, que, una vez más, su arte no sea flor de un día. Ojalá se equivoque el toro en su juicio. Ojalá sea ese torero de verdad que ayer se vislumbró en la Malagueta.
El madrileño Uceda Leal volvió a ser la eterna promesa de siempre. Un torero técnico y pulcro, excelente estoqueador, que no ha sido capaz de superar la zona media de un escalafón de la que todos quieren escapar. Dibujó en su primero tres larguísimos y templados naturales; destacaron, después, algunos derechazos, pero todo quedó, al final, diluido en una labor larga y sin continuidad. No mejoró en el cuarto, excesivamente acelerado. Y tuvo peor suerte el siempre esperado Curro Díaz, con el lote menos propicio. Dos verónicas y media dibujó en el segundo de la tarde, que se apagó en la muleta, y trató de justificarse sin brillo ante el descastado quinto.
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