A las cinco, vino en el Majestic
Oporto seduce con sus cafés clásicos, sus galerías a la última y unas esculturas de Juan Muñoz al aire libre
A Oporto le sienta bien la luz: el cielo se pone azul y unas nubes gordas y blancas se mueven rápidamente por él como si tuvieran miedo a quedarse quietas. La luz hace que las baldosas de las fachadas de los viejos edificios, muchos de ellos abandonados, brillen. El escritor más importante de la ciudad, Eugenio de Andrade, fue el poeta de la luz, y de los cuerpos y de la vida.
A Oporto le sienta bien la luz, pero la lluvia es la compañera inseparable. La lluvia cae a menudo para marcar territorio. En julio y en agosto da una tregua para que se llene la playa de Matosinhos, a la que se llega en 10 minutos con el metro tranvía que atraviesa el centro de la ciudad. Mientras duraron las obras del metro tranvía, Oporto vivió de forma provisional, con zanjas y boquetes que hacían que recorrerla fuera una tarea complicada. La ciudad ha salido ganando mucho tras el cambio, y la alegría se ha transmitido a sus habitantes, que la llenan de proyectos.
Guía
Cómo ir
» Ryanair (www.ryanair.com) vuela a Oporto desde Madrid, Barcelona, Tenerife Sur y Valencia. Ida y vuelta desde Madrid, desde 14 euros (facturar una maleta cuesta adicionalmente 15 euros por trayecto).
» Iberia (www.iberia.com), ida y vuelta a Oporto desde Madrid, a partir de 99 euros, todo incluido.
» Spanair (www.spanair.com), ida y vuelta desde Madrid, por 122 euros, precio final.
» Tap (www.flytap.com), ida y vuelta desde Madrid, a partir de 83 euros, precio final. También vuela desde Barcelona.
Información
» Turismo de Oporto (www.portoturismo.pt; 00351 223 39 34 72).
» Turismo de Portugal (www.visitportugal.com).
» Fundación Serralves (www.serralves.pt). Rua Dom João de Castro, 210. El museo abre de 10.00 a 17.00 (sábados y domingos, hasta las 18.00). La entrada al museo y al parque cuesta 5 euros (solo parque, 2,50 euros).
Una de las zonas que han quedado muy bien tras las obras es Aliados, la calle plaza que vertebra el corazón de la ciudad. Las tiendas cool que están a su espalda (entre ellas, aunque sin formar parte de la nada abigarrada nueva estética, la Livraria Lello, que se ha convertido, con su acabado barroco, en un fetiche turístico) dan el tono de una ciudad que tiene tanto interés por su pasado como por su presente. Un presente que no está construido con llantos y quejas, sino con acción.
Un ejemplo de esa acción lo ofrecen las galerías de arte en torno a la calle de Miguel Bombarda. Hace 10 años unos cuantos galeristas se instalaron en un barrio no especialmente céntrico ni hermoso y lo transformaron: más de 30 galerías, algunas enormes y otras muy pequeñas, ocupan ahora esas calles, y un sábado al mes montan una fiesta para inaugurar conjuntamente.
Entre galería y galería, conviene parar a tomar un té en la misma calle de Miguel Bombarda, en el Rota do Chá, un bar bistró de aire oriental con una terraza interior.
Aunque mi tetería preferida de Oporto está a unos cuantos kilómetros de allí, en los jardines de la Fundación Serralves: solo abre los fines de semana y sus productos no son especialmente exquisitos, pero el paseo hasta allí, por un bosque romántico y verde casi negro, merece la pena, tanto como la sensación de haber ido hacia atrás en el tiempo.
La Fundación Serralves, situada en una avenida de chalés que mira al mar, también está comunicada con el metro tranvía, pero montar allí en un taxi y ver la ciudad a toda velocidad, que es la velocidad de los taxis en Portugal, es un espectáculo. Al margen de los lugares marcados como turísticos, que cada vez son más, porque la ciudad se está empezando a convertir en una ciudad turística, es imprescindible mirar lo que no se publicita: las fachadas de los edificios populares, los árboles, las perspectivas que proporciona el desnivel hacia el mar, los rótulos de los comercios, las callejas angostas, la gente... y también los nuevos edificios, como la Casa da Musica, proyectada por Rem Koolhaas, o la sede de Vodafone, de los arquitectos Barbosa y Guimarães.
Mercerías y bodegas
Oporto tiene la capacidad de integrar muy rápidamente los elementos nuevos en la vieja trama. Así, las esculturas de Juan Muñoz, que se exhiben con reverencia y con enormes medidas de seguridad en los museos de medio mundo, esos personajes inquietantes que se ríen de todo, están instaladas a la intemperie en un parque muy cercano al Centro Português da Fotografía: parecen llevar toda la vida allí, los porteños les dan de comer y de beber y los niños trepan sobre ellas.
Muy cerca de las esculturas de Juan Muñoz, y siempre hacia abajo, cayendo hacia el río, se despliegan numerosas calles que tienen todavía una fuerte impronta pintoresca; es decir, de una ciudad viva: hay cordelerías, mercerías, zapaterías y tiendas de exvotos (en el escaparate hay piernas y brazos y pechos de cera..., incluso cuerpos enteros, para quien desconfía de su organismo completamente) y pastelerías impresionantes. Los portugueses fabrican unos dulces rotundos y maravillosos: entre mis preferidos están el pastel Molotov, el Paô de Deus y casi cualquier bolo. La harina es un elemento fundamental de Portugal y, por supuesto, de Oporto: las tabernas típicas tienen siempre una freiduría que surte permanentemente la barra con productos rebozados con la tempura local, que es la que se llevó a Japón y que allí se volvió blanca de arroz.
Y en una ciudad que tiene nombre de vino, ¿cómo no hablar del vino? En torno al puerto es donde más se nota la potencia de las bodegas. Al bullicio de los restaurantes se suma, de noche, la luz de sus rótulos: Sandeman, Ferreira...
Por cierto, uno de los mejores lugares para ver Oporto es desde el otro lado del río, cruzando el puente de Eiffel, en Vila Nova de Gaia: la ciudad trepa, casi desde el agua, hacia la montaña... y quien haya subido las escaleras que comunican el puerto, el barrio del puerto y el centro de la ciudad saben que verdaderamente es una montaña.
Pero hay lugares más refinados que el puerto para tomar un oporto a media tarde. Por ejemplo, el café Majestic, en la Rua Santa Caterina, donde los nuevos comercios se instalan junto a los viejos sin chocar; el café Guarany, de los años treinta y con decoración indígena de la época, y A Brasileira, al que su condición actual de franquicia no le quita la potencia.
A Oporto le sienta bien la luz, y si hay calor, a quien visita Oporto le sienta muy bien un baño en la playa de Matosinhos, en un mar que parece hecho para alejarse de Europa.
» Félix Romeo es el autor de Amarillo (Plot).
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