Diversión 'Made in Gràcia'
Las calles del barrio ofrecen a miles de extranjeros una improvisada forma de descubrir la ciudad y la cultura catalana al margen de las guías turísticas
Flash, flash, flash. Dos pasos al frente y la ráfaga de luces incandescentes se repite. Masayuki, un turista japonés de 30 años, mira satisfecho la pantalla de su cámara, más parecida al equipo de un fotógrafo de National Geographic que a la de un abogado en vacaciones. Sonríe. Tiene la postal perfecta. Nada de vistas tan conocidas como la Sagrada Familia o la Casa Batlló. Su musa del día son los elaborados portales de madera de la calle de Verdi. "Bonito, bonito", dice en un inglés retorcido.
La fiesta mayor no es precisamente la protagonista de las guías turísticas que se traen en la maleta los turistas. Sin embargo, gracias al boca a boca o a la casualidad, es uno de los sitios de visita obligada para los extranjeros que estos días pasan sus vacaciones en Barcelona. Ahora mismo, la diversión, en el idioma que sea, se ha erigido en la lengua franca del barrio.
"Lo que más me gusta es cómo se unen los vecinos" dice una visitante
A Masayuki poco le interesan la fiesta nocturna, los mojitos y la borrachera colectiva, pero se enteró de las calles engalanadas por las fotos de los diarios. Se puso a buscar información a golpe de ordenador. "No sabía que esto pasaba aquí, a mis amigos les van a gustar las fotos", explica mientras revisa las decenas de imágenes. Sus favoritas, las de la calle de Progrés, que emulan a los personajes de la serie japonesa Bola de Dragón.
Unas calles más abajo, Yu, su esposo y su pequeña niña pasean tomados de la mano. Vienen de Hong Kong. A ella le contaron las maravillas que hacían los vecinos "de los barrios de Barcelona" con sus manos. En su periplo por España ha decidido parar en la capital catalana para verlas con sus propios ojos. Ahora mira con sorpresa cómo los vecinos se tiran unos a otros cubos llenos de agua. "¡Aquí hay gente muy loca!", exclama sorprendida. Lo de su marido también son las fotos. Ella y la pequeña avanzan y se entretienen con las creaciones de plástico que decoran Fraternitat. La verdad, sin embargo, es que pocos son tan contemplativos. Al caer la noche comienzan a importar otras cosas. Nadia y Christine se entretienen con la música que suena en la plaza de la Revolució. Alemanas, en sus veinte y muy coloradas, levantan las manos y toman cerveza. Se tocan el pelo mientras miran a un grupo de chicos que bailan cerca de ellas.
"Aquí la fiesta está muy bien. Es barato, la gente es amable y nos gusta la energía", dice Nadia en un español casi perfecto. Ambas se preparan para su año de Erasmus y llegaron a principios de agosto al barrio. "Unos amigos que ya estuvieron aquí antes nos dijeron que este era el mejor barrio para la fiesta. Y tenían razón", remata Christine.
Una opinión que comparten muchos turistas. Dan y Rob vienen de Estados Unidos y después de darse una vuelta por Madrid han llegado a Barcelona. Los decorados no les llaman mucho la atención, pero no escatiman gestos para referirse a las chicas que pasan por su lado.
Muchas páginas de Internet especializadas en turismo de mochila hablan de la fiesta mayor de Gràcia como una oportunidad de disfrutar mucho gastando poco. Eurocheapo.com, por ejemplo, asegura que hasta con cinco euros es posible "pasárselo pipa".
Daria, una polaca que camina mapa y programa de las fiestas en mano por las laberínticas calles del barrio espera con ansia la tarde de hoy. Esta informática de 30 años tiene curiosidad por conocer los castellers, a los que en su inglés llama "torres humanas". Los ha visto en fotos y vídeos y dice que asistirá a la exhibición de hoy.
"Me gusta conocer lo típico de los lugares que visito y las torres humanas son algo muy catalán", cuenta Daria. Irónicamente, dice que no le gustan las cámaras de fotos. "Todo se queda en la mente", se excusa.
El Ayuntamiento no maneja cifras exactas de cuántos extranjeros pasan por las fiestas de Gràcia. Es prácticamente imposible calcularlo. Sin embargo, su visita tiene algo de particular. La mirada del extranjero tiene una gran ventaja sobre la local. Se queda con detalles que la cotidianidad borra por completo. "De todo esto lo que más me gusta es que sean los vecinos los que se unen, se sientan a comer juntos y crean entre todos este mundo tan mágico", explica Yu, la hongkonesa.
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