El raro éxito de El Niño de la Cubierta
El segundo encierro de Leganés se salda con siete heridos leves y el peculiar triunfo de un aficionado con una aplaudida faena de muleta
José Egido, El Niño de la Cubierta, todavía sueña con ser torero a sus 34 años. Pese a que solo lleva el último de ellos intentándolo "en serio", según dice mientras asegura tener el carné de novillero, es desde hace tiempo un viejo conocido de los asiduos a los encierros de Leganés. Su pintoresca y breve faena de muleta, interrumpida por el propio concejal de Festejos, Alarico Rubio, por miedo a que sufriera un percance, fue lo más aplaudido, aunque con cierta sorna, de la segunda jornada de encierros de las fiestas patronales (hoy se celebra la tercera y última), que se cerraron sin heridos de consideración.
Dos horas antes de que comenzaran, unas 50 personas hacían cola frente a las puertas de la plaza de toros de la Cubierta. Entre ellos estaba Daniel, de 20 años. "Llevo corriendo desde hace cuatro, cuando cumplí la edad necesaria [establecida en 16 años]. He pasado la noche sin dormir, pero no he bebido", sostiene. Una amiga le desmiente: "¡Sí has bebido! Dos cubatas, aunque es verdad que a las tres de la mañana ha parado", apunta Jenny -según se lee en la camiseta de su peña, que lleva puesta-, de 17 años.
La seguridad es un punto crítico en este tipo de festejos. El Ayuntamiento ha movilizado a 160 personas entre Policía Nacional, Local y Protección Civil, que tienen que vigilar los 800 metros de recorrido. Su consigna es sacar del trazado a todo el que no esté en condiciones: los ebrios, los que no lleven atuendo adecuado (sandalias o mochilas que entorpezcan la carrera) y los menores de 16 años (cifra que el Defensor del Menor de la Comunidad ha pedido elevar hasta los l8).
Pese a sus esfuerzos -ayer fueron expulsadas nueve personas, ocho por embriaguez y uno por no tener la edad mínima-, corredores y aficionados coinciden en que "siempre se cuela alguno".
Cinco minutos antes de la salida los corredores atan por enésima vez los cordones de sus zapatillas, estiran contra las barreras unos músculos agarrotados por los nervios y el madrugón (o la noche en vela) y besan escapularios y medallas.
Entre los 700 participantes está Luigi, de 16 años, que se logra colar y parece haber pasado una larga noche: "La policía me ha echado al final del recorrido, así que he venido aquí a ver si puedo pasar". Un petardo da inicio al encierro y Luigi logra su objetivo. Al momento se ve pasar a un hombre con una gran bolsa llena de ropa que también ha eludido el control policial.
El encierro resulta rápido y limpio y no se producen accidentes graves. Seis heridos leves, uno de ellos por asta de toro, y uno más que se rompió el tobillo al bajar de una de las gradas.
Dentro de la plaza -que presenta dos tercios de entrada- los recortadores hacen lo que pueden con unos toros con poco fuelle, mientras que varios de los jóvenes que están en el coso parecen más pendientes de saludar a los conocidos que se encuentran en la grada que de los animales.
Una mañana algo fría, hasta la aparición de José, El Niño de la Cubierta. Desde el principio el público se entregó con lo que presenciaba. Poco importaba que, más que corregir los pies en cada pase, José prácticamente echara a correr. Su entusiasmo había contagiado a la grada. Tras su primera tanda, y ante el júbilo del respetable, se tiró de rodillas a la arena. Al finalizar la segunda, con el personal fuera de sí, además de postrarse lanzó también la muleta y la espada. El delirio.
Sin embargo, tras terminar la faena le echó en cara al concejal de Festejos, entre abrazos, que no le dejara salir una tercera vez. "Entiéndeme, cuando te veo torear lo paso muy mal", se justificaba como podía Alarico Rubio. Daba igual, había triunfado y José Egido era el hombre más feliz de Leganés. A su manera.
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