Secretos del Despacho Oval
Una nueva publicación retrata la obsesión por las mujeres de John F. Kennedy
La noche en la que Marilyn Monroe se suicidó, nuestro hombre, como llama el autor de Un adúltero americano, Jed Mercurio, a John Fitzgerald Kennedy, leía un cuento a su hija Caroline, daba un beso de buenas noches a su hijo John y cenaba con la primera dama. Apenas le costó unos minutos de más elegir el vino con el que regar la cena, los únicos que el presidente se concedió así mismo para pensar en la rubia más sexy del mundo después de que su cuñado Peter le contase la tragedia.
"Este libro va más allá que lo que una biografía podría contar. Los biógrafos no han pasado de la puerta del dormitorio del presidente", explica Jed Mercurio en conversación telefónica. El escritor británico se dio cuenta de que el perfil del protagonista del que escribía, "un ciudadano americano, alto cargo del gobierno, casado padre de familia y que pensaba que la monogamia no era acicate para su vida", encajaba perfectamente con el presidente Kennedy. "Quería escribir una novela desde la mente de JFK", añade Mercurio.
Jed Mercurio: "JFK fue tan buen adúltero que nunca le pillaron"
Y es la ficción la encargada de cruzar la puerta de atrás del Despacho Oval. El libro, que Anagrama sacará a la venta en España el 2 de septiembre, retrata a un presidente de EE UU sediento de sexo y de conquista. Jed Mercurio, médico residente tras su paso por la Royal Air Force y ahora escritor, apuesta por la obsesión por el sexo para explicar su perfil de mujeriego: "El término de adicción es controvertido. Debería hablarse de obsesión, frustración, ya que la adicción al sexo no tiene repercusiones físicas. Puede provocar depresión, pero no dolores de cabeza". Cefaleas que el presidente JFK le confesó a Harold Macmillan, primer ministro británico, sufría cada vez que pasaba más de tres días sin una mujer a su lado.
Fiddle, Faddle y Fuddle -nombres en clave-, sus ayudantes en la Casa Blanca, se convierten en compañeras imprescindibles en sus giras por el país, al amparo de una Jacqueline Kennedy que se hace la despistada y que ahoga su frustración en las grandes boutiques del país: "Me serví de pequeñas informaciones que recopilé a través de los testimonios de trabajadores de la Casa Blanca. La única amante de Kennedy que habló sobre su relación fue Judith Campbell pero cambió muchas veces su versión". Relacionada con el cantante Frank Sinatra y Sam Giancana, líder de la mafia italiana en Estados Unidos, contó en su biografía que sirvió de correo entre Giancana y Kennedy con mensajes en los que presuntamente se planeaba el asesinato de Fidel Castro.
Detrás de toda la fortaleza presidencial que las imágenes muestran también estaba el Kennedy enfermo desde niño: "Demostró que podía ser un gran político a pesar de que siempre estuvo bajo los efectos del dolor. Tomaba docenas de pastillas al día", asegura Mercurio. Incluso la noche de su 45 cumpleaños, en la que Marilyn Monroe le canta Happy Birthday Mr. President, tuvo que recurrir a calmantes e inyecciones para poder ejercer su papel de conquistador: "Lo que más temía era llegar a viejo postrado en una silla de ruedas e impotente".
"JFK tuvo la suerte de vivir en una época en la que la prensa no se interesaba por la vida privada de los políticos. Sólo hay que fijarse en lo que le pasó a Bill Clinton", comenta Jed Mercurio, sobre el caso Lewisky y la repercusión que tuvo en la carrera política del presidente de los Estados Unidos. La pregunta es inevitable: "¿Fue, entonces, Kennedy un perfecto adúltero?"; Mercurio, al otro lado de la línea, no tiene dudas: "Sí; tan bueno que nunca lo pillaron".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.