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Columna
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El POLEMISTA

Solo es necesaria una sobremesa y unas pocas instrucciones: atrincherarse en casa, respirar hondo y encender la televisión. Allí están, a la hora convenida, formando dos grupitos en forma de herradura mientras en el centro un presentador declama la cuenta atrás para que ellos/as se lancen sobre la víctima, que hasta puede ser que guste de la atención de los carroñeros (así somos en este país).

Son los polemistas, tipos/as que han convertido su vida en un pozo sin fondo donde caben todo tipo de asuntos: el corazón, la política, el fútbol, la guerra, el hambre. Hay que distinguirlos de los tertulianos porque, mientras estos son inofensivos en su charleta insulsa, los polemistas entran en combustión espontánea ante el olor de la sangre. Nada les ofende y nada les detiene.

No siempre ha sido así, hace mucho, mucho tiempo los polemistas eran hombres y mujeres de formación sólida que gustaban de agitar conciencias como quien mezcla un batido, en busca de un resultado digno de ser disfrutado. Uno de estos tipos se llamaba George Samuel Schuyler, era un intelectual afroamericano (palabras que no casaban bien en la América de los años treinta) con ganas de patalear y de no dejar pie con bola.

A principios de 1931 publicó un libro llamado Black No More. En este se explicaba la historia de Max Disher, un agente de seguros con multitud de problemas a causa del color de su piel (negra). Un día Max se pone en manos del afamado Dr. Crookmore, un científico que ha inventado una máquina que cambiará para siempre la vida del agente de seguros, y ya de paso la de Estados Unidos. El trasto en cuestión es capaz de convertir a un afroamericano en un blanco en cuestión de minutos. Pero no solo un blanco, de hecho el método Crookmore es capaz de conseguir la transformación total: el que era negro emerge siendo rubio, de piel fina y transparentes ojos azules. Un ario en toda regla.

El impresionante descubrimiento enloquece a la comunidad afroamericana y de repente Harlem se llena de noruegos. El propio Disher se convierte en el líder de un poderoso partido supremacista blanco porque se da cuenta de que aquella es la manera más rápida para llegar a la cima. La paradoja de Shuyler llega pronto al meollo de la cuestión: ¿cómo reaccionaría la América más reaccionaria si de pronto el negro pobre ya solo fuese pobre?, ¿qué pasaría con los negros que quisiesen ser negros y cual sería su relación con los negros noruegos?

El lío fue mayúsculo, el libro se convirtió en una pieza de culto pero desapareció del mapa hasta 1989 cuando por fin volvió a reimprimirse. La reflexión que Schuyler buscaba se produjo (obviamente) pero el calibre de la misma cogió desprevenido al autor, que no esperaba tal descarga de odio. Blancos y negros despreciaron el libro por igual, en una extraña demostración de concordia que demuestra que hay cosas que trascienden el color de la piel. A pesar de todo, Schuyler siguió a lo suyo, haciendo preguntas incómodas, colocándose en ese terreno tan molesto llamado equidistancia. Esas cosas ya no pasan, ahora basta con hablar a un volumen lo suficientemente alto y utilizar palabras grandilocuentes. Con eso, una cara muy dura y memoria de tintes cortoplacistas ya estará usted listo para polemizar. ¿No es estupendo?

George S. Schuyler (derecha), con Malcom X en 1964.
George S. Schuyler (derecha), con Malcom X en 1964.

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