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Columna
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Gómez, Jiménez y Lissavetzky

Gracias a Tomás Gómez el verano está siendo muy animado en el terreno de la literatura de intriga política. Gracias a él, Madrid ha saltado a las playas, a las montañas, a las casas rurales, ha empequeñecido la presencia de los controladores aéreos (un sector, siempre con la espada en alto de sus privilegios, del que estamos todos hartos) y está compitiendo con las catástrofes naturales que año tras año componen la cara amarga de las vacaciones. Porque el verano siempre es inocente, infantil y bello hasta que comienza a ser trágico. El cielo y el infierno en una misma moneda. Empieza con las imágenes del verde esmeralda o azul turquesa del mar, con la cerveza helada que nos espera en el chiringuito después de una travesía cansina por la arena, con el dejarse llevar sin pensar en las preocupaciones de todos los días. Rayos dorados que se nos cuelan dentro y se van repartiendo por todo el cuerpo amansándonos como si estuviéramos en otro mundo mejor. El verano empieza con un viaje que nos entusiasma a algún lugar lejano, con las ganas de acabar con la rutina y las obligaciones. Pero la cara amable se acaba cuando llenan las pantallas de los telediarios las imágenes apocalípticas de los incendios, las inundaciones y tragedias que no encajan en unas semanas que tendrían que ser un paréntesis de silencio y de libertad, de pereza, una larga siesta como las de antes, una tregua cósmica para descansar de nosotros mismos.

¿Quién no ha dicho hasta aquí hemos llegado, yo también quiero estar?

En cambio, este año, gracias a Tomás Gómez, a su osadía, rebeldía, ambición o lo que sea, se ha comenzado a tejer una historia bastante entretenida en que Trinidad Jiménez nos resulta más rubia y atractiva que nunca y Jaime Lissavetzky sale de las eternas gradas de los eternos partidos en que estamos acostumbrados a entreverle para materializarse ante nosotros como un ser humano que lleva gafas, barba, trajes. Es como si hubiera dejado de ser solo un apellido sonoro mezclado con los nombres de los deportistas para soltarle a Gómez en su cara que votará a Trinidad Jiménez porque le parece mejor candidata para vencer a Esperanza Aguirre. Gómez no tiene un apellidazo, ni el apoyo del jefe, pero por arte de magia cada gesto en su contra le favorece. No sé si será porque en verano estamos más sueltos y nos dejamos llevar, pero la escena en que la ministra de Sanidad y Lissavetzky hacen tándem y se confiesan su apoyo sin fisuras dejando a Gómez arrinconado ante los ojos de los votantes, nos resulta antipática. ¿Quién no se ha sentido alguna vez en la vida como Tomás Gómez? ¿Quién no se ha sentido no querido, expulsado del grupo? ¿Quién no ha sido alguna vez el niño que jugaba solo mientras los otros hacían grupo y se reían juntos? ¿Quién alguna vez no se ha armado de valor, se ha puesto sus mejores galas y ha ido a una fiesta sin ser invitado? ¿Quién no ha dicho hasta aquí hemos llegado, yo también quiero estar? ¿Quién no se ha hartado de que le marquen el camino que ha de seguir y que le digan que tiene que conocer sus limitaciones? ¡Qué limitaciones ni qué narices! ¿Y las tuyas?

Seguramente ni Trinidad Jiménez ni Lissavetzky han calculado cómo podría calar en el espectador este momento de patio de colegio por mucho que en algunos medios se hable de Gómez como un hombre de desmedida ambición política. Ambición, lo normal en un político. La cuestión es si al mismo tiempo es un buen servidor público. El caso es que la figura de Tomás Gómez ha pasado de ser indiferente a intrigar, a interesarnos. Me gustaría saber más. Percibimos que hace deporte y que se cuida ¿de cara quizá a un futuro más glorioso? Y nos lo imaginamos móvil en mano controlando el PSM. La palabra "control" se le aplica continuamente y, como "la ambición", tampoco le hace daño porque se supone que Gómez hace lo que hace porque controla, lo que no sería bonito es que abusara. Gracias al arrojo de su secretario general, el PSM ha dejado de ser unas siglas mortecinas y por eso algunos aventuran que todo este juego de poder no será más que una operación de marketing para hacer visible a Gómez. Ni en sueños, el mejor marketing es el que surge de una forma natural, el que se desprende de hechos reales.

De todos modos, no es un gran mensaje para los ciudadanos que el PSOE busque el mejor candidato para ganar a Esperanza Aguirre; sería mejor hablar de un buen presidente para la Comunidad de Madrid. Esperanza Aguirre se alimenta del miedo que se le tiene, bastante injustificado, porque si está donde está fue por el famoso tamayazo. Sería mejor dejar de pensar tanto en ella y concentrarse en pensar en Madrid.

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