Arte bajo tierra
La brasileña Christina Oiticica expone los cuadros que enterró en la ruta xacobea
El arte de Christina Oiticica (Río de Janeiro, 1951) hunde sus raíces en la tierra, como el árbol en el que sus antepasados portugueses se inspiraron para dar un apellido a la estirpe a su llegada a Brasil. La Oiticica, o Licania rigida, crece en la región semiárida de Sertão, al noroeste de Brasil, sometida a la dureza de la geografía y el clima. Allí florece y brinda agradecida su sombra a animales y humanos. La planta es toda una alegoría del arte de la otra Oiticica, de Christina: ella expone su obra a la naturaleza en una creación conjunta, en la que son los elementos los que intervienen en la propuesta inicial de la pintora, completándola y transmitiéndole toda su primitiva energía.
La mujer de Paulo Coelho conoció el Camino por 'La vía láctea' de Buñuel
"Peregrinar a Santiago fue el viaje más importante de mi vida"
La pintora defiende que su estilo no puede definirse como 'Land Art'
Para su primer proyecto enterró cuadros en la Amazonia y Japón
Christina Oiticica aprovecha los últimos minutos en el aeropuerto de Lavacolla para conceder esta entrevista. Junto a su marido, Paulo Coelho, y su equipo de asistentes, está a punto de embarcar en el avión privado del escritor. Son las ventajas de vender 135 millones de libros, entre ellos el best seller del Camino de Santiago: El peregrino de Compostela. Y es que el autor conquista lectores con más facilidad que mujeres: "Paulo quería salir conmigo y un día que fuimos al cine vio un domador de serpientes con su cobra y me dijo que besaría la culebra si le hacía caso. Le plantó un beso en toda la boca".
El matrimonio está muy ligado a la Ruta Jacobea. Christina conoció el Camino por la película La vía láctea, de Luis Buñuel, y por las flechas y las conchas indicadoras que había visto en los Pirineos, donde vivían. En 1990, Oiticica se encomendó a la Virgen de Lourdes y comenzó a recorrer la senda a Compostela desde Saint Jean Pied de Port. "Al llegar a León, me resentí de una tendinitis y me refugié con los Dominicos. Una noche, hubo una tormenta tan grande que recé rosario tras rosario para buscar amparo ante los rayos. Por la mañana, escuché una voz que me decía: coge la mochila y continúa". Y así lo hizo.
"El Camino fue el viaje más importante de mi vida; me hizo entender la existencia de otra forma, valorando las pequeñas cosas, y me enseñó a superar los obstáculos". También reforzó sus ansias de ser artista. Ahora, dos décadas después, ha regresado a Santiago para traer su obra con la exposición Os Portais, 24 lienzos de Oiticica y del también brasileño Romero Brito, con frases de Paulo Coelho, que puede verse en el Hostal dos Reis Católicos hasta finales de agosto.
"Desde niña mi sueño era ser pintora", dice Christina. Tal vez estaba predestinada a servir al arte, como el árbol de oiticica, que regala en sus frutos un aceite secante que sirve como base para la elaboración de pinturas y barnices. Con ese destino en mente, fue haciendo los primeros bocetos de su vida, estudiando primero Bellas Artes y luego Arquitectura.
Pero la verdadera inspiración, la que define su estilo, le llegó por casualidad poco tiempo después de haber sellado su compostelana. Vivía con Paulo Coelho en un pequeño hotel de Los Pirineos donde no disponía de espacio para pintar una tela de más de 10 metros que le habían enviado desde París. Para trabajar, tuvo que sacar el lienzo al bosque. "Lo dejé toda la noche para que se secara, y a la mañana siguiente me encontré con que la noche, los animales y la tierra la habían modificado". A Christina le gustó tanto el resultado que decidió seguir explorando las posibilidades de ese camino artístico.
"Lo que yo hago no puede definirse como Land Art, porque no es el artista el que interviene en la naturaleza, sino todo lo contrario: la naturaleza interviene en la obra", explica. Le gusta trabajar con los cuatro elementos: tierra, fuego, agua y aire. Podría definirse como underground, en su significado más literal de subterráneo, porque es bajo tierra donde su creación se desarrolla plenamente. En algunos casos, entierra los lienzos en blanco y luego los pinta; en otros, entierra telas ya pintadas. "Mi pintura es figurativa, pero la naturaleza la vuelve abstracta", explica.
Su primer proyecto fue Las cuatro estaciones, en el que dejaba los cuadros soterrados, colgados en árboles o expuestos a la humedad de los ríos en las distintas épocas del año. Enterró cuadros en la Amazonia: "A veces, cuando los iba a buscar, tenían raíces incrustadas". También en el Camino de Kumano, en Japón. Y en 2007, sepultó más de 100 creaciones en los lugares más emblemáticos del Camino de Santiago, "allí donde hay energía que comunica con mi obra". Del centenar que componía la serie, sólo recuperó 93, los otros siete desaparecieron: "A mí me gusta pensar que es el Camino el que se los queda".
Actualmente, Christina tiene obra enterrada en los Alpes, Austria y Brasil. En poco tiempo espera poder volver a su país natal para cumplir un deseo largamente postergado: dejar reposar sus cuadros en la tierra refrescada por la sombra de un árbol de Oiticica.
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