El té de las cinco con Mahler
Los Proms llenan el verano de Londres con un popular maratón de música clásica para todas las edades - Beber y comer está permitido durante los conciertos
Como el té de las cinco, el cambio de guardia, los iluminados del Speakers' Corner y un atasco de autobuses rojos de dos pisos en Charing Cross u Oxford Street, los Proms de Londres, ese festival de música clásica que dura dos meses de verano en el corazón de la ciudad, es parte irrenunciable de la esencia británica.
Cada año, desde que en 1895 los pusieran en funcionamiento el promotor Robert Newman y el maestro Henry Wood -que dirigió todos los conciertos hasta su muerte en 1944-, los Proms fascinan a londinenses y foráneos. Rebosan britanidad, según ellos mismos. "Su secreto consiste en una especie de informalidad formal", explica el actual director, Roger Wright, también responsable de BBC 3, el canal de la corporación dedicado a la música.
El año pasado 5.000 menores de 16 años adquirieron entradas
"Lo mejor es el silencio que reina en el Royal Albert Hall", dice Paul Lewis
La informalidad formal a la que se refiere Wright consiste en unas reglas abiertas para atraer a todo tipo de públicos -el año pasado 5.000 jóvenes menores de 16 años compraron entrada- y abrir los conciertos a la absoluta desinhibición y el relax alejado de los rituales puristas. Así es como fueron forjando, antes de que existiera como tal, una auténtica cultura pop para un mundo demasiado cerrado, el de la música clásica en el siglo XX.
Desde sus inicios, en los Proms se ha podido comer, beber y fumar. Pero no está permitido encender cerillas... "Las costumbres cambian. Ahora, obviamente, no se puede fumar, ni tampoco que suenen los teléfonos móviles", comenta Wright. Salvo esos detalles necesarios para acomodarse a los tiempos, la esencia permanece. Y consiste, como siempre desde su fundación, en ir en dirección contraria, como el tráfico, a lo que en Europa era la pompa y el ritual con ínfulas necesario para ser un melómano. Es lo opuesto a lo que inspiran Bayreuth o Salzburgo. Su tarjeta de visita: precios asequibles -a partir de cinco libras- y vestuario cómodo.
Un día en los Proms impacta. Generalmente empieza en el Royal College con una charla de aproximación a la música que se llena hasta la bandera. Si por ejemplo toca desmenuzar a Mahler -a quien por el 150 aniversario de su nacimiento se le dedican varios conciertos con toda su obra este año- no puede faltar el sentido del humor. "El secreto es que nadie se sienta ajeno a la música ni excluido por esa sensación de que para asistir a un concierto hay que ser un entendido...". Lo comenta el joven director británico Matthew Rowe, encargado de explicar a fondo la Tercera sinfonía, de Mahler. Le acompañan en el escenario Hedley Benson, Barry Deacon y Alex Gascoine, trompeta, clarinete y violín de la BBC Scottish Symphony Orchestra, que interpretará la pieza. "Dura alrededor de una hora y 40 minutos, así que, ¿qué debemos hacer antes de entrar?", pregunta Rowe. "Ir al baño", contesta el violinista con sorna.
"Esta noche, un concierto así cambiará la vida de alguien", explica Rowe tras la charla. "A mí me pasó un día aquí, en los Proms, con Janacek. Tenía 12 años y decidí dedicarme a la música", asegura. Probablemente el ambiente de aquella velada fuera similar al de una tarde de julio, agosto o septiembre como cualquiera de este año. En esta edición se celebran 76 sesiones en el Royal Albert Hall, el centro neurálgico del festival organizado cada año por la BBC, aparte de una docena de matinés y cinco conciertos en Hyde Park. Los organizadores esperan al menos igualar el 87% de ocupación de 2009.
La cola para acceder al auditorio se alinea en cada puerta hacia las 18.00. Jubilados y niños con sus sándwiches, deportistas medio sudados con su casco de bicicleta y jóvenes a los que puede no haberles costado la entrada más de cinco libras aguardan en las cercanías. La mayoría son prommers. Es decir, el público que por ese precio presencia el concierto de pie, en la parte de abajo, o arriba, en el gallinero. Pueden pasearse o tumbarse tranquilamente en el suelo si hay espacio libre mientras suenan las fanfarrias del primer movimiento o la tensión de los violines en el último. Pero no lo hacen. Mientras suena la música, el silencio convierte la sala en un santuario.
A los prommers se debe el nombre abreviado del original: The Robert Newman Promenade Concerts y luego The Henry Wood Promenade Concerts. Los conciertos para paseantes... Ambos hicieron méritos para que la historia los recordara. Pero quizás Wood se esforzó más. Durante casi 50 años dirigió cada sesión en el Queen's Hall, que fue destruido por los bombardeos en la II Guerra Mundial y después en el Royal Albert, que con su aforo para 9.000 personas acoge desde 1941 los conciertos.
En ambos auditorios se fueron estableciendo esas reglas tan excéntricas como severas. Las colectas para obras de caridad musical, las sesiones dedicadas a cada compositor: los lunes, Wagner; los viernes, Beethoven... Precisamente el joven pianista de Liverpool, Paul Lewis, se encarga este año de ejecutar los cinco conciertos del compositor alemán. "Desde que los escuchaba de pequeño por la radio o los veía por la televisión siempre soñé con actuar en los Proms", comenta Lewis. Este año lo hace a lo grande. "Lo mejor es el ambiente en la sala. Ese silencio sepulcral que se hace al primer compás y que deja clavados en el sitio a los prommers". Pero el nivel de exigencia es muy grande: "Se retransmite en directo para todo el mundo y eso implica mucha tensión para el intérprete", confiesa el pianista.
Lewis es un ejemplo de la apertura y la búsqueda de talento joven que imprimen también personalidad a los Proms. Es una plataforma de consagrados y principiantes. Este año se reúnen en su escenario lo mismo Plácido Domingo, Valeri Gergiev, Colin Davis, John Eliot Gardiner o la Filarmónica de Berlín, con Simon Rattle al frente, que jóvenes valores como Lewis, la violinista Hilary Hahn o el crooner posmoderno Jamie Cullum. Lo hacen dentro de sesiones para escuchar obras mayores y sinfonías grandiosas o en veladas íntimas a partir de las diez de la noche como las que este año ha protagonizado la pianista portuguesa Maria João Pires con los Nocturnos de Chopin o David Atherton y la London Sinfonietta con obras corales de Bach y Stravinski.
Así hasta que llegue la última noche de los Proms. Otra tradición irrenunciable transmitida en directo a todo el país y que se celebrará este año el próximo 11 de septiembre. Renée Fleming es la estrella invitada. Pero no faltarán, como siempre, las marchas y los sones de la música que resuena en los oídos como el colmo de lo británico. El Pompa y circunstancia, de Elgar, o el Rule Britannia, de Thomas Arne. Son la sangre que fluye año tras año por los Proms. Esa celebración abierta y particular, seria y desenfadada, natural y puramente británica del arte que son los singulares paseos musicales.
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