Stravinsky en su salsa
Espectacular arranque de la Quincena de San Sebastián con Gergiev y la orquesta del Mariinsky de San Petersburgo
Un programa con la música orquestal de los tres grandes ballets de Stravinsky -El pájaro de fuego, Petrouchka, La consagración de la primavera- en las versiones originales y completas, y en el orden cronológico de sus estrenos (1910, 1911, 1913), inauguró el pasado sábado la Quincena Musical de San Sebastián.
En la vecina Bilbao lo habrían denominado una bilbainada, esa simpática palabra con la que se quiere decir que lo imposible es posible siempre y cuando se ponga un punto de osadía. En San Sebastián lo han programado como quien no rompe un plato. En todo caso, la concentración de artistas rusos estos días alrededor de la bahía de La Concha hace que por unas semanas San Sebastián sea la capital de verano de todas las Rusias.
El director ruso es un huracán que no pierde el control en ningún momento
Ha sido un concierto inolvidable, de los grandes del año
Gergiev ha comprendido el mensaje y se ha prestado a los tres conciertos inaugurales con su inseparable orquesta del teatro Mariinsky. Claro que director y orquesta están ya habituados a estas aventuras con su experiencia bilbaína. En la villa del Nervión inauguraron el palacio Euskalduna con una ópera de Mussorgski, y son como de casa.
La orquesta del Mariinsky lleva esta música en la sangre. Es su alimento cotidiano y están acostumbrados a interpretarla mientras en el escenario se mueven los cuerpos de baile. Tienen un punto de incisividad superior al de las orquestas centroeuropeas, son brillantes en las secciones de viento con un toque un tanto agreste que hace el sonido muy atractivo, y poseen las cuerdas un punto de calidez que las sitúa en una órbita casi de afectividad chaikovskiana. Con ellos, Stravinsky es un descubrimiento.
Con ellos y con Gergiev. El director ruso le ha cogido la medida al más universal de los compositores rusos. Hasta cinco programas monográficos diferentes le dedicó el pasado mayo en Nueva York. Tienen sus versiones una mezcla de nostalgia y virtuosismo, de agresividad y dulzura. La sucesión de los ballets permite ver la evolución del compositor, desde las referencias a las raíces tradicionales rusas de El pájaro de fuego, y en particular a Rimski Korsakov, hasta la madurez de un lenguaje avanzado, lleno de color y furia, en La consagración. Es una borrachera de ritmos la que despliega Gergiev. Es un huracán que en ningún momento pierde la contención y el control.
El público acabó fascinado. No importó la larga duración, aun con el alivio físico de las dos pausas. Puesto en pie, las ovaciones eran interminables. Y Gergiev, que es como es, volvió a sentar a los músicos para interpretar Baba Yaga, de Anatoli Liadov, tan vinculado a Stravinsky y al Mariinsky. Ha sido un concierto inolvidable, de los grandes del año. Hoy, con Romeo y Julieta, de Berlioz, es el encuentro de Gergiev, la orquesta del Mariinsky y el Orfeón Donostiarra. La fiesta continúa.
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