Cochinillo de tradición
La Finca de Duque, un hotel para banquetes familiares en Sotosalbos
Quien acuda a este hotel pensando en un hotelito con encanto para disfrutar de un fin de semana al abrigo de la sierra de Guadarrama se equivoca. Durante la década de los sesenta, el gran Dionisio Duque, a la sazón Maestro Asador de Segovia, adquirió una finca junto a Sotosalbos para criar cochinillos y lechazos con que alimentar su restaurante. El mesón evolucionó en la ruta segoviana del cordero hasta que sus hijos Julián y Marisa, hace dos años, decidieron completarlo con un centro de turismo rural que es, en realidad, un complejo endomingado para banquetes de lo que sea: bodas, bautizos, comuniones e incluso seminarios de empresas. La finca acoge hoy tres edificios diferentes que apenas destilan hacia el exterior, pinariego y campirano, su verdadero aforo turístico: más de 400 plazas sin columnas, ni obstáculos mayores, con cristaleras abiertas al verde y a una carretera transitada solo en temporada alta. El personal de servicio ejerce con alto sentido profesional. Un horno de leña hace el resto, como manda la herencia de Duque (exquisitos su cochinillo y los huevos viudos).
La Finca de Duque
PUNTUACIÓN: 6
Categoría: cuatro estrellas. Dirección: Carretera de Soria, kilómetro 172. Sotosalbos (Segovia). Teléfono: 921 40 30 13. Internet: www.lafincadeduque.es. Instalaciones: jardín, sala de convenciones con capacidad para 400 personas, salón de estar, restaurante. Habitaciones: 8 dobles, 2 suites; todas con baño, calefacción, aire acondicionado, teléfono, TV satélite, secador de pelo; habitaciones para no fumadores; el restaurante es de no fumadores, pero tiene acceso al exterior. Servicios: algunas habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos prohibidos. Precios: desde 110 euros + 8% de IVA la habitación doble; desayuno incluido.
Pero lo primero que aparece al dejar el coche aparcado es el restaurante, un casetón de dos plantas en piedra, teja y madera en parte recuperadas de antiguas casas del pueblo, con amplios porches a ras de césped, siempre bien cuidado. Es inexcusable hacer parada y fonda en este lugar, aunque luego toque seguir carretera y manta hacia Segovia o el macizo de Ayllón, a elegir. Se come a voluntad, como la tradición manda, casi en recuerdo de aquel mesonero que le disputó el título mayor a Cándido.
Más serio parece el último edificio, decorado por Becara a su aire: cortinones estampados, lámparas dieciochescas, cabeceros neoclásicos, cómodas provenzales, doseles forjados con borlas y otras fruslerías vintage. Como si hubieran estado ahí siempre, antes de que los turistas asomaran. Sin embargo, el barniz nobiliario de la fachada, enmarcada por columnas toscanas, informa elocuentemente del remedo arquitectónico que toca vivir aquí, solo para amantes del mito cañí. Los balcones abiertos a la sierra y el gramaje de sábanas y toallas constituyen la mejor terapia contra la urticaria del fundamentalismo rusticano que defiende la casa. Detalles de acogida cuidadosos que la clientela ensalza al cabo de una estancia prolongada.
Conviene informarse con antelación del calendario de eventos del hotel, no fuera que las expectativas de descanso se vieran enturbiadas por una animada fiesta matrimonial. Tiempo hay de sobra al cabo del año para ambas celebraciones del espíritu.
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