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Reportaje:música

Sabina, en un pueblo con mar

Una noche entre bambalinas en el concierto ofrecido por el cantante en Santander

Juan Cruz

Al final de la mañana del lunes no había sino bruma sobre el mar de Santander; pero por la noche, cuando los músicos de Joaquín Sabina esperaban al artista en la playa de La Magdalena, frente a las aulas de la Menéndez Pelayo, ya aquel era un pueblo con mar, dispuesto a escuchar al autor de algunas de las canciones que son parte de la memoria sentimental de décadas de España. Y de América.

Sabina llegó poco antes de las nueve, por carretera. Él dice que le da morbo la carretera, asociada al rock y a la poesía; para él, Jack Kerouac es una referencia, a veces lo lleva en la mesa de noche de ese transporte de día. Esta vez se llevó a Gil de Biedma y dejó Madrid con un sol que rajaba y se adentró en un viaje que le condujo tan peligrosamente a la lluvia que los organizadores de este concierto número 70 de su larga gira actual pensaron que tendrían que suspender.

"Yo besaría a todos los que vienen a oírme", dice antes del concierto
"No me dormiría con una canción mía, prefiero una de Leonard Cohen"

No se suspendió; cuando llegó Sabina a un descampado que parecía habitado por colonos del Oeste americano, había barro, pero un sol ya melancólico hacía presagiar el latido de esa melodía que él pensó (acaso porque la vivió...) en Lanzarote: "Fue en un pueblo con mar / una noche después de un concierto...".

Era antes del concierto. Allí estaban sus músicos, algunos de los cuales llevan 30 años con él, y allí estaba lo que él quiere que haya en su camerino (ahora): champán, embutidos, tortilla española. Y el bombín. Se lo estuvo probando como quien se pone los guantes antes de una boda. A él le gusta esto de la carretera, y ahí venía, "mezcla de juglar y de roquero", desafiando el cansancio "pero feliz"; "Imagínate: te dice el médico, usted está fatal, y años después estás actuando en Santander".

Lo primero que piensa, dice Sabina, es que va a defraudar a esa gente (eran 9.000 luego, escuchándole) "que sacrifica la noche de agosto para venir aquí". Lo dijo luego en el concierto: "Con la que está cayendo, y ustedes aquí...". Sus músicos lo habían advertido: "Va a decirlo". "¿Y cómo no voy a decirlo, si lo siento?". Es un poco como Jorge Luis Borges, que quería abrazar a cada uno de los 333 compradores de su primer libro. "Yo besaría a todos los que vienen a oírme".

De momento, a quien besa, porque lo ha venido a ver a estos peculiares camerinos de mar, es al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que le trae anchoas. Después nos sentamos con él. Setenta conciertos y ni una suspensión. "Y siempre bien. No es un milagro, es profesión". Lo había dicho Berri, su mánager desde 1990 (y el de Joan Manuel Serrat desde hace 40 años): "Ya se pierde en la noche de los tiempos, en realidad en una noche de Gijón, la última vez que suspendió Sabina".

Aquí está, dispuesto, dice. "Parece inconcebible, eh, ninguna suspensión". Él cree que aquella conjunción Serrat-Sabina de hace tres años le "puso las pilas". "Me dio alas para entender qué es el orgullo del buen artesano y el amor al oficio". Fue aquella gira (Dos pájaros de un tiro) "un importante momento humano. Para mí, y para el catalán también". Como si le jalara de ciertas melancolías y le pusiera a tono "con las responsabilidades del oficio".

Antes miraba al Nano (como llama a Serrat) "de abajo arriba, como se mira a un maestro; ahora lo sigo mirando de abajo arriba, pero como se mira a un hermano". Un silencio, y prosigue: "Difícil disfrutar y no pelear por un cachito de escenario".

Parecería raro, le digo, que no le preguntara por los toros y el Parlamento catalán. "Ah, estoy con el corazón dolorido. Son unos catetos ignorantes. ¡En nombre del ecologismo! ¡Si no hay nadie más ecológico que quien ama esa fiesta maravillosa! ¡Por seis votos no se puede acabar con una tradición centenaria!".

Los músicos le gritan: "¡Comparte!". Se refieren a las anchoas. Le han estado esperando "con la tranquilidad que da", dicen Pancho Varona y Antonio García Diego, dos de los inseparables músicos que le han ayudado a construir su carrera, "no necesitar hacer ni siquiera pruebas de sonido". La hacen, de todos modos, ante el eco fantasmagórico de la campa vacía. El escenario está lleno de guitarras y de vatios, y por allí deambulan, con la destreza de los que han hecho esto 1.000 veces, Pedro Barceló, el batería; Jaime Asúa, a las guitarras eléctricas; Mara Barros, que hace los coros; los ya citados Varona y García de Diego (voz, guitarrón mexicano, guitarra acústica, en el caso de Varona; teclado, armónica, guitarra, voz, en el de García de Diego); José Miguel Sagaste (flauta, saxo, teclado, acordeón, clarinete...), que además aporta a la ensalada que preparan en la campa unos tomates inmensos traídos de su huerta de Egea de los Caballeros, Aragón.

Es una familia que, según dicen ellos, ya tiene la costumbre de llevarse muy bien. A veces, cuenta Antonio García de Diego, "se produce una especie de emoción grande, te dan ganas de llorar, de felicidad". A veces se trunca la racha y la cosa no "les sale bien". "Como en Úbeda; se nos funden los plomos". "Pero a veces" (dicen ellos, y corrobora Sabina) "se produce el chispazo y somos tan felices actuando como la noche de Las Ventas".

Hay un momento en que ya el sol se convierte en un hilillo naranja, y acaso porque está flotando esa melancolía Varona y García de Diego hablan de su vocación de componer, "como si a veces sucediera que se nos interrumpe la energía". ¿La edad, será?, se preguntan. Y quedan en seguir hablando de ello, porque ahora hay demasiada faena: empieza un concierto, se ha ido llenando de gente aquella tierra que fue ciénaga. Sabina departe con el poeta Benjamín Prado, que le ayudó a componer muchas de las canciones de Vinagre y rosas, el último disco, y antes de que se pusiera el bombín nosotros le preguntamos con qué canción suya se dormiría. "Con ninguna. Me dormiré siempre con una de Leonard Cohen". Antes de salir al escenario, y aun antes de arreglar el bombín desarreglado, a Sabina le esperaban tarareando esa canción que empieza enunciando "Fue en un pueblo con mar, una noche después de un concierto...".

Joaquín Sabina se prueba el bombín en el camerino antes de comenzar su concierto en Santander.
Joaquín Sabina se prueba el bombín en el camerino antes de comenzar su concierto en Santander.PABLO HOJAS
Joaquín Sabina, durante el concierto número 70 de la gira <i>Vinagre y rosas </i>celebrado en Santander.
Joaquín Sabina, durante el concierto número 70 de la gira Vinagre y rosas celebrado en Santander.

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