In memóriam de qué
Lo bueno de veranear en Euskadi, y en general en toda la cornisa cantábrica, es que no podemos hablar de los rigores del calor ni de ese sol de justicia que achicharra a los habitantes de la piel de toro. Ni nos achicharramos ni nos aburrimos; la vida política da para mucho. Cuando los ecos del Estatut se apagan viene la emocional polémica de las corridas prohibidas, continuamos con la trama de corrupción y espionaje en Álava, que parece mal sacada de una película española, y en Boise pasa como en Bienvenido míster Marshall, que con míster López en Idaho al final no pasa nada, ni un spaghetti western .
Seguimos como siempre. La decisión del alcalde de Zumaia de poner una lápida con un "In memóriam" y nada más para homenajear a las víctimas del terrorismo va a necesitar de un cicerone puesto por el Ayuntamiento para que explique de qué se trata, que no es por los fallecidos en la mar ni en una de las muchas guerras civiles que hemos padecido, sino en recuerdo de los asesinados por ETA. Tan incompleto recuerdo no es de extrañar que sufriera el rechazo de una familia cuyo pariente fue asesinado.
Lo de esta placa puede ser una muestra más de lo que le cuesta al nacionalismo moderado, y le seguimos llamando moderado, acusar a ETA de criminal, y, sobre todo, incluir a las víctimas del terrorismo en el discurso político. Así como en su relato moral finalmente se ha ido asumiendo la condena de los asesinatos y abierto el gesto de la solidaridad, en el plano político se nota una repugnancia evidente a incluirlo, posiblemente por haber coincidido, desde algo más de 10 años a esta parte, con el discurso político de ETA: la coincidencia en los fines políticos. De ahí los escrúpulos en asumir con todas sus consecuencias la condena de ETA y el lugar de las víctimas en nuestra democracia. Hasta que este paso no se dé seguiremos empantanados en un serio contencioso social en nuestro país.
Y si al nacionalismo le cuesta asumir el rechazo del terrorismo y el papel de las víctimas, a determinados colectivos de estas, con la sensibilidad a flor de piel tras la fracasada experiencia negociadora del Gobierno con la banda terrorista, les parece rechazable y origen de toda deslealtad que algunos pocos presos de ETA accedan a los beneficios penitenciarios. El problema crece cuando el aparato de agitación y propaganda del PP, que se apunta a todas, se suma a la denuncia. Es como si se clamara traición en una mala representación teatral cuando en España, desde la Constitución, ni hay pena de muerte ni cadena perpetua, y la concepción de la condena del reo va más encaminada a la reinserción social de la persona que a su escarmiento. Si todo está bajo la legalidad y unos presos de ETA se oponen a la orden de la organización terrorista de rechazar cualquier medida de reinserción o beneficio penitenciario, por favor, ¡no se pongan al lado de ETA! El gesto de esos presos es muy importante.
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