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Una de piratas
Columna
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Wall Street

Claudi Pérez

Resulta extraño que Norteamérica solo descubriera lo mucho que es odiada tras el impacto de un avión sobre un rascacielos de Nueva York, al que le sucedió otro, por si alguien no lo tenía claro. Es extraño porque esa ciudad no parece estadounidense en muchas cosas. Wall Street, la calle de la superabundancia del espíritu del capitalismo, sufrió después otro duro golpe: la caída de Lehman Brothers. También resulta extraño que solo esa debacle sirviera para comprender cuán implacablemente hay que odiar los excesos de Wall Street (y de algunos despachos de Madrid, para qué engañarse). Martin Amis define aquel ataque terrorista como una metáfora inolvidable del hartazgo que provocan la autosuficiencia, el fiero patriotismo y la falta de curiosidad de algunos estadounidenses. Lo de Lehman tiene ribetes de neoterrorismo financiero. Ambos acontecimientos, cada uno a su manera, han cambiado el mundo.

Conocí a John, fotógrafo neoyorquino, cuando el avión de las subprime chocó contra Lehman. Frente a la sede del banco había un Starbucks donde la prensa trataba de rescatar historias de los escombros. Así es el reporterismo, un eterno rebuscar en la basura. Parte de la basura de Lehman se veía desfilar desde el Starbucks: embutidos en trajes de 3.000 dólares, ejecutivos arrogantes y despiadados se marchaban a casa cabizbajos, con su pasado metido en una caja. Ninguno de ellos hablaba; los monstruos instruyen perfectamente a sus esbirros. Estar allí valió la pena, aunque solo fuera por compartir el café con John y su lengua lanzaobuses: "En el 29, los ejecutivos se tiraban por las ventanas. Al paso que vamos, esa será también la foto de esta crisis".

No he vuelto desde entonces. Recuerdo el asombro de ese viaje, la angustia imperfecta de la que un día habló un poeta en Nueva York, la economía caminando sonámbula, al filo del abismo. Y una última conversación con John. En ella citaba el principio de la navaja de Occam: entre dos explicaciones, optemos por la más sencilla. "Dicen que esto es consecuencia del exceso de riesgo de algunos capullos. Para Bush, simplemente Wall Street se ha emborrachado. Apuesto por la cogorza: en eso, Bush sabe de lo que habla". Su mujer, Laura Bush, sostiene que "la respuesta de George a cualquier problema que surge en el rancho es cortarlo con la motosierra". Lo mismo hacía fuera del rancho, y me temo que algo parecido hacen muchos políticos de aquí. Y que la dipsomanía no es exclusiva de Wall Street. Así nos luce el pelo.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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