Blanco móvil

El inimitable Mark Twain definió su visión del mundo con un terrible apotegma: "Nunca pregunto de qué color es un hombre. Me basta con que sea un ser humano; no puede ser nada peor". El pesimismo feroz de Twain debería corroer como un ácido cualquier rebaba racista. Pero 100 años después de la muerte de Twain todavía se utiliza la raza como causa de asombro. Resulta que un francés de clase media, llamado Christophe Lemaitre, se ha proclamado campeón de Europa de 100 metros lisos en Montjuïc, esa prueba relampagueante e hipnótica que se ventila en 10 segundos o menos. La marca no es de las lujosas (10,11 segundos), pero resulta que Lemaitre es caucásico, o sea, blanco. ¿Por qué debe ser motivo de estupor que un atleta blanco haya ganado la prueba de velocidad por delante de excelentes atletas negros o que un atleta blanco sea capaz de recorrer 100 metros en 9,98 segundos (en una prueba anterior)? Por ninguna razón de peso. El asombro solo es una demostración de aldeanismo elaborado.

Pero, a pesar de que la asignación de superioridades específicas a las razas es un ejercicio de menosprecio racial, directo o inverso, y que las tesis racistas del conde de Gobineau disfrutan de un merecido descrédito, durante decenios se han acumulado sedimentos geológicos de hojarasca científica (que si explosividad muscular, que si fibras más largas o más cortas, que si ácidos lácticos) para demostrar que los blancos no la saben meter en baloncesto (que se lo pregunten a Arvydas Sabonis, Larry Bird o Pau Gasol), que tampoco son gran cosa en boxeo (como si no hubieran existido Rocky Marciano o Gene Tunney) y que nada tienen que hacer en las pruebas atléticas de velocidad. Racismo transmutado en chatarra bioquímica primero y después en superstición.

Sirva Lemaitre para desprestigiar el reduccionismo étnico. El color no proporciona ventajas o desventajas físicas. Corre más y gana el que se entrena con más intensidad, explota mejor sus condiciones anatómicas y rentabiliza la estrategia y la táctica. Suele ser cuestión de infraestructuras, no de piel. Esto era evidente cuando ganaba Carl Lewis y lo es cuando gana Lemaitre. El asombro mundial por el triunfo de un velocista solo es un truco para redimir, sin reconocer, tanta credulidad en la discriminación biológica.